La primera vez que escuché las Variaciones Goldberg, me explotó la cabeza. Igual me pasó de adolescente con el Dark Side Of The Moon de Pink Floyd. Simplemente no podía discernir ni procesar tanta complejidad. Con Bach no fue muy diferente, sólo por el pequeño gran detalle que sus variaciones, están compuestas para un sólo interprete. Para cuando las escuché, juraba que eran mínimo dos músicos en aquella grabación. Después descubrí que no. Era uno sólo y se llamaba Glenn Gould, un pianista canadiense. El típico genio raro, introvertido, con síndrome de Asperger y obsesivo compulsivo. Se retiró muy joven de los escenarios para dedicarse por completo a su segundo gran amor —el primero Bach—: el estudio de grabación. Glenn, tuvo la osadía de grabar dos veces en su vida esta magna obra; una vez cuando tenía tan sólo diecinueve años (1955) y a sus cuarenta y nueve (1981), dos años después de su fallecimiento. Esto es algo sumamente poético por dos razones: la primera grabación que hizo fueron las Goldberg y una de las últimas, también. La segunda razón, es por la forma en la que Bach las compuso, empezando con una Aria, seguida por treinta variaciones, para concluir con la misma Aria. Más bachiana no pudo ser la vida de Glenn.
Se dice que a Bach le fue solicitado el encargo por un conde de Dresde, para que su músico de cabecera, un clavicordista —el clavicordio es un instrumento predecesor al piano— apellidado Goldberg, se las tocara durante sus noches de insomnio. ¡Qué buenos remedios tenían en esas épocas para los insomnes! Ya quisiera uno, que un compositor de la talla de Bach, por una considerable suma de dinero, nos compusiera unas rolitas para dormir como angelitos. Lo que sí hice hace unos días, ya que me encontraba enfermo, fue pedirle a Lú —mi mujer— que me pusiera las Goldberg a todo volumen, mientras yacía en el sofá a causa de la fiebre. ¿Adivinen cuál fue el resultado? Me quedé profundamente dormido (ídem). Garantía de un melómano, que su efecto conciliador para el sueño, es altamente efectivo. La versión que más me gusta de las Goldberg, son las del 1955, de Gould. Me pasa que cuando escucho otra versión, sea cual sea el pianista, no me termina de convencer. Le tengo un gran cariño a esa grabación, quizá porque fue la primera, pero también, porque simplemente la genialidad de él es, a mi parecer, insuperable. Existe por ahí otra versión a trío —violín, viola y violoncello— que es fabulosa. Es una transcripción de Dmitri Sitkovetsky, grabada para el sello Deutsche Grammophon, por los virtuosos Mischa Maisky, Julián Rachlin y Nabuko Imai. Lo importante —cualquiera que sea la versión— es que las escuchen. No se van arrepentir; de los mejores cuarenta minutos invertidos en su vida. Sin exageración.
Hay una cancion de Silvio Rodriguez llamada Rabo de nube, en donde en una parte dice: “si me dijeran: pide un deseo. Yo pediría un rabo de nube…” Personalmente, elegiría escuchar alguna vez en vivo las gloriosas Variaciones Goldberg, con Glenn Gould. ¡Ahhh, no, eso ya es mucho pedir! Los muertos no tocan el piano, ¿o si?