Hay recuerdos en mi vida que se quedan incrustados en mí para siempre, como los que creo cuando voy al cine. Más poderosos que estos, son los recuerdos que tengo sobre una melodía. Más fuerte el recuerdo de mi abuelo.
Recién murió Ennio Morricone y su muerte me cae peor que la noticia de los casos de peste bubónica en Mongolia y China. Tenía veintiuno cuando fui con mi novia al Cineclub de la UG a ver Cinema Paradiso. Terminamos llorando, como casi todos en la sala, besándonos, como todas las parejas de ahí. ¿Por qué lloraba? Ya no lo recuerdo. Estaba feliz, muy feliz. No entendía todas las emociones que sentía. También ella lloraba, tampoco entiendo el porqué. Pero lloramos y nos besamos profundo y largo. Un recuerdo que se ha vuelto inamovible en mi memoria. Ni siquiera recuerdo haber visto bien el famoso montaje final de la película, lo que sí recuerdo bien es la música de Morricone fundirse en mi cerebro al compás de las reacciones químicas de un beso.
Hoy en día casi todo es un recuerdo, pero creo que valdría la pena cuestionarse si una pieza musical también podría serlo, siento que, de una forma u otra, cuando tu cerebro almacena como “recuerdo” alguna melodía esta se reproduce de nuevo para tu ser, y sale victoriosa de esa zona borrosa que casi es el recuerdo, una especie de semi-olvido.
Nunca conocí bien a mi abuelo, quiero decir, no tanto como me hubiera gustado, hay veces que me dicen que tuve la oportunidad de conocerlo bien aunque no hayamos convivido tanto juntos, me es difícil recordar esto que dice la gente, siento que me faltó mucho por conocerlo. Por eso a veces invento platicas que nunca tuvimos, a la larga algunas de ellas se vuelven un recuerdo sólido aunque nunca hayan existido. Por ejemplo, tengo claro en mi mente, una conversación en torno a la música de Morricone, “es conmovedora, aunque claro, a veces tiene que componer temas para personajes que son unos tipos duros, él sabe cómo expresar todo la emoción de la historia, lo emocionante del paisaje y los sentimientos de quienes están en la pantalla, lo plasma de una forma excelente”. Esta ni siquiera era la forma de expresarse de mi abuelo, pero ahora esa conversación es real.
Siempre ha sido difusa la línea entre lo real y lo imaginario, por mucho que quieras, los recuerdos pertenecen a lo imaginario, por muy reales que hayan sido, ahora sólo viven en tu memoria. Esta línea es más difusa aún en términos del arte, ¿qué es real y qué es imaginario en una canción? Hay muchos artilugios usados a la hora de recordar, engranajes narrativos que nos constituyen como personas, es aquí cuando aquel que recuerda mucho se vuelve en una especie de artista. Hay veces que aparecen nuevos detalles, otros que desechas y otros que decides cambiar. Recordar es un ejercicio de creación puro.
Dentro de una realidad cada vez más confusa para el espectador y que se empeña en avanzar a paso desenfrenado, el recuerdo y la transformación dentro de estos y que provocan para nosotros, es una forma mucho más efectiva para sobrevivir al encierro y el miedo a un mundo salvaje e inmisericorde. Es un derecho personal el de poder quitarnos los recuerdos dolosos y así quitarnos traumas de la lista. Una vez que te mueves y ya sacaste lo único bueno de esos recuerdos malos, que es la capacidad de avanzar, lo mejor sería mandarlos al terreno del olvido, de la forma en que tú ser te lo permita. En días en los que cada segundo es imposible imaginar lo que puede convertirse en recuerdo, sería conveniente tener preciso aquello que es mejor olvidar.
Ennio Morricone y su figura se han vuelto un recuerdo, dudo que en algún momento su música lo haga, tal día, creo que significaría el olvido de su importante legado musical. Por mi parte, aún recuerdo el latir de esta en mi corazón mirando películas de vaqueros con su respectivo soundtrack épico compuesto por él, y mis ojos estallar junto al calor de unos suaves labios y una melodía suya entrando por mis oídos. Mi abuelo es un recuerdo, lo que aprendí de él y lo que me hizo sentir por la música seguirá latiendo aunque me quede sordo.