El día que Serrat fue un Pípila por Juan Mendoza

Con prudente distancia al apoyar a sus figuras ícono siempre con un discurso abiertamente de izquierda, Joan Manuel Serrat fue un Pípila que incendió la Alhóndiga de Granaditas en el marco del Festival Internacional Cervantino, donde, encerrada en un corral de sillería, lucía la crema del conservadurismo guanajuatense.

Miguel Hernández, el poeta subversivo asesinado por el franquismo en los cuarentas, fue la tónica política del catalán que, a la puerta de los ochenta años, todavía sostiene el fusil en verso y abrió su concierto con “Dale que dale”, un poema de Hernández con un arreglo poderoso en palo de flamenco.

Rodeado por un septeto de músicos, durante dos horas cerradas, sin interrupciones y siempre de pie (no como Sabina, que ya toca la mitad sentado y deja un set de canciones para sus músicos sin él), Serrat hizo atmósfera azul con “Barquito de papel” y “El carrusel de Furo” ante el silencio de unas tres mil quinientas almas, la mayoría contemporáneas del cantautor, que ya con el cielo rojo atrás del escenario suspiraron pensando en aquella novia o novio de los setentas —que llenaría de culpas la nostalgia cada década más—, al tañer de vuela esta canción para ti… “Lucía”.

De la intimidad a la festividad, el dueño de innumerables doctorados honoris causa, que hace su última gira en México antes del retiro titulada “El vicio de cantar”, hizo esta media verónica de emociones repetidas veces. En ese momento volvió a la fiesta con “Señora” y “No hago otra cosa que pensar en ti”, para pasar al discurso reivindicador de las clases populares con “Algo personal” y engarzar el contexto de Miguel Hernández con los partidarios de la explotación y el libre mercado con “Nanas de la cebolla”.

Para esta última canción, noté que en área de sillería había mucho funcionario panista y familia, la mayoría, de hecho, algo que, me dijeron, ya se había dado con Café Tacvba. He trabajado en el área de cultura en gobierno de este estado (Guanajuato), conozco la rapiña de boletos por parte de funcionarios, conozco los modos de Ticketmaster y ya no creo en los Reyes Magos.

En fin, que el Nano aprovechó “Algo personal” para hacer sorna del Fondo Monetario Internacional y sus partidarios, pasando a contar, frente a los que había en la sillería, la historia del poeta y dramaturgo de Orihuela, de cómo después de que su mujer le enviara una carta a la cárcel en la que decía que ya no había de comer más que cebollas, escribiera unas nanas para su hijo de ocho meses. En ese entonces, allá por el cuarenta y ocho, Miguel Hernández, afiliado del Partico Comunista de España y enrolado en el ejército republicano, fue encarcelado por el régimen de ultra conservadurismo en ese país que, además, mandó quemar sus libros, mazmorra donde habría de morir de tuberculosis no sin pasar hambre, frío y tortura.

“Vuela niño en la doble / luna del pecho. / Él, triste de cebolla, / Tú, satisfecho. / No te derrumbes, / No sepas lo que pasa, / ni lo que ocurre”, cierran así las sentidas nanas a las que puso música Alberto Cortés, para cambiar de tercio con un puente hecho con “Para la Libertad” y “Cançó de Bressol”, y  caer en una coreada por todo el mundo, “De cartón piedra”. Yo lloré con esa porque me acordé de mi fallecido amigo Tavo, un niño atrapado en el cuerpo de un señor de talla pequeña, lloré como él lloraba cuando escuchaba “Nube Viajera”. Nadie como Serrat para vindicar el amor de los proscritos de la cordura (porque Tavo tenía sus novias…), y si no, que le pregunten a los que oyeron el encore.

Aunque el genio catalán tiene el repertorio suficientemente amplio para ultimar la noche con otras joyas, el último tercio fue un claro fan service: “Tu nombre me sabe a yerba”, “Es caprichoso el azar”, “Hoy puede ser un gran día”, ”Hoy por ti, mañana por mí”, “Mediterráneo”, “Aquellas pequeñas cosas” y “Cantares”, cerrando con las piezas adicionales “Esos locos bajitos”, “Penélope” y “Sinceramente tuyo”.

El chico de Pueblo Seco dejó fuera de la lista “Pueblo Blanco”, que sí interpretó en Ciudad de México, quizá debido a que Guanajuato y su capital son, en esencia, materia de esa canción, y hubiera podido despertar algún escozor entre la concurrencia.

Dejó claro que sí se retira de los escenarios, pero que eso no significa un adiós; así, Joan Manuel incendió la Alhóndiga como un Pípila en una clara liturgia. Verlo cantar era como contemplar la hoguera del viajero que te invita a la introspección o la gran fogata de la tribu que te llama al ritual y a la alegría de la danza, la danza de las conciencias… Los ojos iridiscentes de toda una generación exploraban la noche poblada de recuerdo y rima: en la gradería a veinte cuerpos de mí, Reynaldo Prado, amigo de mi padre y militante del histórico Partido Comunista Mexicano, veía en las ascuas de ese fuego reproducirse su juventud.

Cerca de menguar la hoguera, el también perito agrícola agradeció a quienes, de forma directa o indirecta, le habían enseñado a querer a este país (en el que un tiempo se exilió) y, en ese momento, me acordé de un muchacho flaco y locuaz en los setentas que se atrevió a traer como empresario a un Serrat incipiente a un teatrete de Celaya, mi amigo Fernando Amate, hoy cronista de la ciudad, quien siempre cuenta que el Nano le tomó esa vez, quizá por descuido, una chamarra que jamás volvió.

Jamás volverá Serrat a México. Aunque quien sabe, hay personas que dicen que se le han pegado las mañas de Joaquín y que, a lo mejor, a la manera de los tahúres más taimados y vivales del bajo mundo, amenaza con algo que no cumplirá y le faltan otras tres giras del adiós; después de todo, padece fuertemente de un vicio, El vicio de cantar.

 

Joan Manuel Serrat
El vicio de cantar 1965-2022
23 de octubre de 2022
Explanada de la Alhóndiga

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