El otro Cuévano Rebeca M. Yépez

No sabes cómo llegaste ahí, mas sabes que continúa siendo Guanajuato, echas un vistazo a tu alrededor, añejas edificaciones que, otrora fueran símbolo de poder y estatus, exhiben humedad en sus corroídas paredes de piedras naturales, refriegas tu mano contra tus ojos en un fútil intento por despertar, pero sabes, algo muy dentro de ti te dice que ese lugar es real. Las cansinas luces de llameantes antorchas apenas alumbran la antiquísima ciudad. El cielo… el cielo no es tal, más bien pareciera que te encuentras en el interior de una mina, pero de descomunales proporciones, se oye el constante murmullo de paseantes que caminan a desiguales ritmos por los pisos de madera de la ciudad, sí, de madera, como andamiaje, quizá vigas antiguamente usadas para refuerzo de los túneles dinamitados por lo barreteros; hay espacios en el entramado de la madera que te permiten ver bajo tus pies otra plataforma símil y a su vez, a través de los huecos de esta, en lo más profundo, casi en tinieblas, un río casi seco, pero con suficiente caudal como para sumar su chapoteo a la jerigonza en la calle. Los olores, rancios, vetustos, salitrosos, la risa de niños, los cotilleos de sombras arrebozadas que presurosas se dirigen a continuar con el vaivén de sus días.

Un sudor frío recorre tu piel, después de un meticuloso escrutinio te permites plantearte la posibilidad de que quizá en tu recorrido por el Guanajuato que conoces, un mal giro en tu camino te llevo al lugar en el que ahora te encuentras, estudias tus pasos mentalmente hasta encontrar la falla, quizá, quizá fue en aquella bocamina, cuando te separaste del grupo, sí, dejaste de escuchar sus voces, cualquier sonido. Pero en vez de regresar seguiste avante, tus instintos te decían que regresaras, pero tu orgullo te impedía escucharlos con la promesa de que en algún momento los encontrarías, o que incluso serías el primero en llegar, siendo el vencedor de una carrera que nadie había propuesto más que tu orgullo. Después de agonizantes minutos oíste voces y ruidos y algarabía y a pesar de decepcionarte por no haber sido el primero, te alegraba haber vuelto al grupo… Pero no, esa “gente” no es tu grupo, ni siquiera sabes si el término gente se aplica a ellos.

Ahí sigues en shock, temiendo que se percaten de tu presencia como tú te percatas de la de ellos, no sabes si sean capaces de verte con sus cuencas vacías, oscuras como la pez, o de escucharte con sus desecadas orejas; la adrenalina invade tu cuerpo preparándote para la primitiva respuesta de “pelar o volar”, incluso en esos instantes, te detienes a reflexionar que quizá eso que ves es una de las tantas ciudades de Guanajuato sobre las que se construyeron capas superiores debido a las crecidas del río y sus devastaciones. ¿Cómo puede ser posible que sigan “viviendo” sin enterarse que murieron hace mucho? ¿Cómo puede existir esta ciudad de cuerpos áridos que caminan indiferentes del mundo superior al suyo? Y quizá la pregunta más importante de todas, ¿lograrás salir de ahí sin ser visto? ¿O serás la causa de exaltación de esos pobres enajenados que se niegan a sucumbir a su ya acaecido sino? ¿Les mostrarás la salida al mundo superior del que ellos son felizmente ignorantes?

Te sientes como los músicos que descendieron a tocar al averno, te vuelves sobre tus pasos rezándole a santos cuyos nombres no creías conocer, caminas sigilosamente, cuidando de no llamar la atención, tu cuerpo te pide poner pies en polvorosa, tu corazón late descompasado en tu pecho; pero sigues caminando de reversa, suavemente, esperando alejarte de esa dantesca escena que se desarrolla inmutable frente a tus ojos, y cuando crees estar lo suficientemente lejos, corres, corres como alma que lleva el diablo, hasta que el ácido láctico acumulado en tus músculos te impide seguir corriendo por tan doloroso que resulta. Estás de nuevo en la superficie y te desplomas llorando de alegría mientras eres recibido por el tañer de las campanas de la basílica, entusiasta besas los adoquines de la Plaza de la Paz ante la extrañada mirada de nacionales y extranjeros, y de pronto entre tu felicidad surge una fatídica idea… ¿y qué tal si, así como tú, “ellos” logran salir?

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