— Entonces ¿cuál es ese grupo que me dijiste que tanto te gustaba? —, le dije a mi sobrina – ahijada; que además de ser una de mis personas favoritas, tiene un poder especial de conseguir de mí prácticamente cualquier cosa.
— Jonas Brothers tío, ya te lo dije mil veces—, contestó la niña de escasos doce años, con más entusiasmo que desesperación, a pesar de las tantas veces que me lo había repetido.
Meses después, el golpe de suerte: mi hermano me llama para decirme que por ser cuentahabiente de no-tengo-muy-claro-que le regalaron dos boletos para ver un grupo que no conocía. Algo de una ballena o podría ser algo con nombre bíblico o…
—¿Jonas Brothers? —pregunto yo impaciente,
—A ver, déjame ir por ellos para ver… Si exacto, Jonas Brothers, ¿te interesan?
—Sí, por supuesto
—Ah bueno, te los regalo ¡Yeiii!
Me imagino la cara de emoción de mi ahijada, porque no la vi. Mi esposa se encargó de pasar por el proceso de preguntarle primero a mi cuñada y pedir permiso, sobre todo considerando que solo iríamos mi ahijada y yo.
Llegó el día. Fiel a mi obsesiva costumbre de llegar temprano a todos lados, aún sabiendo que el evento era a las 19:00 hrs, salimos antes de las 16:00, asumiendo que cuando mucho, una hora después estaríamos ya estacionando el carro y tendríamos dos horas para encontrar nuestro lugar y comprar algún refresco.
La situación se comenzó a complicar muy pronto, dieron las 17:00 horas aún en el carro, estacionado en los carriles centrales de viaducto. Momento de tomar decisiones: dejo el carro aquí y me voy en metro. Y pues con algo de esfuerzo y paciencia logramos salir del viaducto y estacionarnos en un centro comercial que hay donde antes hubiera un estadio de beisbol. Desde ahí caminamos al paso más veloz que pudimos hasta el metro más cercano, cruzando una cuadra que es la barda de un cementerio. Comenzaba a ponerme ligeramente tenso, mientras que para mí ahijada la emoción empezaba ya, la experiencia, ahora, incluía nuevas aventuras.
Con mi habitual asistencia al béisbol en el Foro Sol, sabía que lo ideal era bajarse del metro un poco antes del Palacio de los Deportes. Después, una caminata de aproximadamente quinientos metros, y finalmente llegaríamos al puente peatonal que sirve de acceso al recinto. Así lo hicimos. Sólo que en esta ocasión, el puente peatonal estaba desviado hacia la calle, y resultó que, por allí, -en esta ocasión- no sería la entrada. ¡Ups!
Caminamos siguiendo las indicaciones que nos dieron a través de un megáfono hacia viaducto Río Piedad, y luego continuando nuestro andar, a veces por la acera, y a veces por la avenida, siguiendo como hormigas, el río de gente que se hacía cada vez más caudaloso. Entre otras cosas era de llamar la atención la cantidad de autos que no entraban al estacionamiento, sólo iban a dejar a sus hijos, -como si fuera escuela en primer día de clases- lo que provocaba el tráfico que, nos detuvo desde tan lejos. La caminata se prolongó hasta la sala de armas de la Magdalena Mixhuca, por donde al fin logramos entrar a la Ciudad Deportiva y enseguida, a la gran pista del autódromo. ¡Uff!
19:05 hrs, aún sin habernos movido ni un centímetro de nuestra posición dentro de la romería que se había formado, vemos que la luz de ambiente en el Foro Sol, se apagó. Se oye un grito estruendoso desde adentro, el concierto va a comenzar. En ese momento siento el clásico empujón desde atrás, que nos mueve varios metros hacia adelante. Pero los espectadores de adelante no avanzan, por lo que lo único que se logra es comprimirnos más. ¡Auch!
Mi cabeza comienza a darme flashazos a toda velocidad. La noticia de los túneles de Estadio Universitario cuando era yo niño, mucho después; aquel concierto en la UVM Lomas Verdes, donde tuve que subir de un brinco a una pared para salir del maremágnum (nunca he logrado repetir la hazaña); pero aún peor, la niña de no más de 40 kilos y 155 centímetros que tengo enfrente de mí, y por quien respondía.
La envolví con mis brazos, y me tomó las manos palma contra palma. Sacó los codos y comienzó a ejercer fuerza hacia un lado y hacia otro, tratando de abrir un poco de espacio, mientras ella se sujetaba, de mis antebrazos para moverse sin caer. La adrenalina claramente está corriendo por mi cuerpo, la siento; de seguro mi rostro está impávido y mi mirada penetrante, eso me suele pasar cuando estoy tenso. ¡Chale!
De pronto, una genialidad. Uno de los “polis” de la bancaria que estaba en los torniquetes, se subió a uno de ellos con un megáfono y una linterna de mano. Se iluminó a sí mismo el rostro; y con el megáfono nos dice: —no se preocupen, no son los “yonas”, son los teloneros, así que no se aprieten, desde acá se oye—. Y la magia se hizo. Los empujones cesan; igual quedamos más que apretados, porque tampoco se deshizo la melee que se había formado.
Yo seguí guardando celosamente mi posición mientras se iba aflojando la presión y efectivamente comenzábamos a avanzar, hasta que veinticinco minutos después, ya nos dirigíamos a nuestros asientos. Me dejé caer en mi comodísimo espacio de concreto en la grada que, rústicamente estaba decorada con el número que venía en mi boleto. Y de pronto…escuché, -a pesar del volumen de la canción de fondo y del ambiente- que pasaba el vendedor de “las chelas”, que gloriosamente, me ofrecía algo para tomar. ¡Ah, hora de relajarnos!
—Una cerveza, de la que tengas
—No mi jefe, no hay cervezas, solo coca y agua, es infantil el evento
—¿En serio?, bueno que sea agua, dame la botellita pues
—No mi jefe, se la sirvo, no le puedo dejar la botella, para evitar accidentes
No, pues que prudentes, pensé mientras me servía mi agua tibia en vaso de cerveza. Para entonces ya habían vuelto a prender la luz de ambiente, los teloneros ya habían acabado y esperábamos el gran evento. Mi sobrina y yo aprovechamos para hacer un recuento de la proeza que había sido llegar hasta el lugar en el que estábamos sentados, habiendo dejado el carro hacía dos horas en aquel centro comercial que ya ahora parecía lejano.
De pronto se apagan las luces, y salió un fogonazo del escenario que dejó en llamas un objeto colgante en el centro. ¡Wow!
Conforme se extingue el fuego, se vió el escudo de Jonas Brothers iluminado por varias luces. Escuchamos el primer acorde de guitarra, -que de hecho, creo que fue el único acordé que escuché de esa primera canción-, porque en ese momento el estridente grito de las niñas, que llenaban a racimos el foro sol en su máxima capacidad, me dejó sordo. Mi ahijada brincó, bailó, cantó y no se volvió a sentar, lo que me permitió ver que, en las gradas, cómodamente sentados, hacia la derecha había una señora un poco más grande que yo que a señas me hizo entender que llevaba tres niñas, y a la izquierda, un tipo más o menos de mi edad que también a señas se burló de que ahí estábamos dos rockeros tomando agua tibia en vaso de cerveza acompañando y escoltando niñas, en su caso hijas, en el mío… mi adorada ahijada.
El concierto no desmereció, y aunque no es el tipo de música que más disfruto, lo que más disfruté era la euforia de mi sobrina. Aplaudía, bailaba, brincaba, cantaba. Esa sensación la conozco, el grupo está solo para ti, y tu estas solo entre miles de personas. Nadie te ve, nadie te escucha, eres libre en ese medio metro cuadrado que te circunda y contiene, es increíble. Es tu nirvana.
Al terminar el concierto, el largo camino a casa caminando, en metro, otra vez caminando y en carro estuvo repleto de comentarios entusiastas, señalándonos y volviéndonos a señalar tal o cual cosa de las que ocurrieron, de las canciones que escuchamos, de las imágenes que trataríamos de tener siempre en nuestra memoria. Repasamos varias veces la forma en la que se lo contaríamos a los demás, comenzando por su tía, mi esposa, que nos esperaba con la cena y en mi caso, con una más que merecida cerveza. ¡Yeei!
Y bueno, esa plática tuvo que esperar un poco más, mi sobrina, llena de emoción, pero también de cansancio, cayó rendida en el carro unos pocos minutos antes de llegar a la casa. Al llegar, la tuve que llevar cargando a la cama, en donde mientras la acomodábamos, en medio seguramente de un sueño me dijo: —¿Verdad que Nick es el más guapo? ¡jajaja!
Mientras cenaba con mi esposa, y le contaba todas las aventuras, repasé los conciertos a los que había asistido; y le dije con sinceridad, que nunca en un evento masivo me había estresado tanto, “fue horrible” ese momento y en general todos los momentos previos desde que nos quedamos “atascados” en el viaducto. Sin embargo, después de ese primer acorde, fue uno de los mejores conciertos que me han tocado…Verla a ella sonreír.
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