El rosicler de tus mejillas,
No oculta el opimo de tu cuerpo
Qué, como mar de fuego*, se alza delirante
Cuando quiere una boca, encarnada y excitante.
Al final de tu mudanza, efusiva y agresiva,
Terminas tierna, gloriosa y cariñosa
A mi lado, tu pasión estremece moribunda
Mientras que, en mi pecho, abates tu semblante.
Tus indómitos labios,
Que rosan mis noches serenas,
palpitan, rondando mis pupilas,
Y se agitan cuando mi lengua los sosiega.
Te inundas en nuestro unísono,
Con disimulo ultrajas la lujuria
Sujetándote del humor de las almohadas
Rompiendo con “quejas”, la fuerza de alegrías.
Sin cansancio, avanza el olvido, de instantes furtivos,
Revolcando colchas, el revés de las ropas y el mismo piso,
Las paredes parece que chocan, ajenas dispersan los gritos
La respiración se apaga, los ojos se cierran y termina el rito.