El relinchido de Cienfuegos me despierta y salgo de la casa de campaña. Escucho los susurros nocturnos, la montaña en silencio y los compases de los grillos y cigarras. Violines y chelos son sus antenas que al rasgarse con el arco de sus patas desgarran las cuerdas y transforman el silencio en un concierto placentero. Sin embargo, no estoy para escuchar eso, sino para saber si hay un acechador escondido entre la maleza. El horizonte está cubierto con una pasta nebulosa que me recuerda a la canícula, ligero y suave, abierto ante un paraje infinito. Giro y giro con suavidad, trato de ver al acechador en la oscuridad. Sólo el concierto de los insectos. Cienfuegos está atado en un árbol, a unos metros donde dormitaba, es, aunque sea cruel admitirlo, una distracción para un posible ataque.
Supe que no era prudente dormitar en este lugar, sino en Los Arrojos, que está más allá de la mina de san Antonio de Padua. El pueblo de san Antonio está prácticamente abandonado debido a los residuos minerales. No era prudente, sin embargo fue necesario quedarse en medio del camino, en algún lugar que la noche no me deja identificar. Cienfuegos estaba cansado y necesitaba su energía para continuar con la trayectoria a Los Dorados, donde me encontraría con mi primo Santiago para continuar el viaje por la costa oeste. Los Arroyos es un lugar seguro, completamente solitario, alejado de la mancha urbana y con escasos habitantes que, por decisión propia, están incomunicados con el mundo exterior. Cero tecnología, sólo lo indispensable para la producción agrícola y ganadera.
Nunca me había imaginado una situación como esta ni un percance parecido, jamás vivido en sueños diurnos o pesadillas. Son giros que ya no sé exactamente a qué se deben, sólo ocurren tal y como suceden los acontecimientos. Tal parece que mi jornada, si se puede llamar así, está por terminar, siempre es lo mismo: limpiar el área de restos o cadáveres, quemándolos lejos del lugar donde dormiré temporalmente, buscar alimentos para autoconsumo, incluido para Cienfuegos, acampar y lanzar una moneda al aire esperando que la noche sea tranquila y pueda bajar la guardia para descansar y repetir el ciclo. Estoy resfriado y tengo un poco de fiebre, miro el fuego de la fogata y, por primera vez, desde hace mucho tiempo, deseo estar muerto.
La muerte se ha convertido en un falso encantamiento o en una ironía. Los mismos religiosos confesaron que vivimos gravísima crisis de valores y de misticismo. En otras palabras, nunca creyeron que su discurso se volvería contra ellos en noctámbulos. No sabíamos qué hacer: cuerpos levantándose de sus tumbas llevando su enfermedad a los vivos, quienes morían entre humores y despertaban blancos.
Los religiosos, en otras palabras, como mi abuela, deseaban un mundo o una segunda oportunidad para limpiar sus pecados, aunque la forma en que se cumplió fue, digamos, diferente. Tampoco me voy a burlar de ellos, puesto que también la burla es auto dirigida: deseé estar solo, rodeado de la naturaleza y acompañado de Cienfuegos y una mochila con lo indispensable. Nunca creí que mis deseos se cumplirían, pero heme aquí: sentado frente al fuego, resfriado, comiendo la última lata de conservas, cubierto con una manta y viendo las lenguas anaranjadas como si fueran personajes de alguna comedia televisiva.
EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA (Zacatecas, México, 1988). Escritor, guionista y académico en ciernes. Fue finalista en el III Edición del Concurso Internacional de Minicuentos “El Dinosaurio” (La Habana, Cuba), convocado por el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y el Centro Provincial del Libro y la Literatura de Sanctis Spíritus; obtuvo una mención honorífica en el V Premio Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska”, (Aguascalientes, México), convocado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su obra se ha publicado en La soldadera, el ya desaparecido suplemento cultural del periódico El Sol de Zacatecas, en el suplemento La Gualdra; también, ha participado en varias antologías de AlTaller, taller-seminario de Creación Literaria, convocado por la Universidad Autónoma de Guanajuato y auspiciado por el sello editorial Letras Versales. Actualmente, es columnista de La Jornada Zacatecas y editor de El fuego de Luka y LugarPoema, ambas revistas electrónicas.