Desde la última fila se observa, abajo, una espalda desnuda retorciéndose. La expresividad de la columna vertebral genera un efecto crispante. Una mujer con un vestido blanco en tonalidades marfil y olivo, se arrastra lentamente sobre una silla. El gesto de sus extremidades, pues su rostro está oculto, es angustiante: sus piernas, sus manos, el dorso de su cuerpo. Una luz cae directamente sobre la figura, como una lámpara en un laboratorio donde se experimenta con la conducta de ciertos animales. ¿Así contempla Dios los esfuerzos humanos terrenales; él, desde arriba, como espectador inmutable?
Suenan campanas, pasa el tiempo… el tiempo pasó desde antes entre el pulso de los violines inquietos; un cuadro cubierto por una sábana blanca lo indica. Eso y un cuerpo sufriente es lo que queda al final de todo: los vestigios.
La delgadez y la fragilidad corpórea no se oponen a la fuerza y la precisión de los huesos y los músculos. Al borde del respaldo de la silla y desde las esquinas, el cuerpo se sostiene, gravita y se suspende en contra de toda fatiga y pesadez. El fondo es rojo; sobre la pantalla blanca se incorpora, de a poco, la sombra del cuerpo llena de fatalidad.
Con casi tres décadas adentrándose en la danza experimental, la bailarina mexicana, Lola Lince, crea poemas visuales que han dado la vuelta al mundo. En esta ocasión, El sentimiento del tiempo, a partir de las vivencias de la pandemia, está conformada por cuatro partes: “Duelo”, “Ira”, “Oración” y “Salvación”. En el segundo y el tercer momento, fue notoria la importancia que tiene para la artista el aspecto espiritual, pues el escenario se configuró, con su ejecución, en el espacio para una ofrenda/ritual en la que ella, con la parte superior del cuerpo semidesnuda y envuelta por el viento sonoro de las flautas, creó violentamente un jardín con flores que eran dardos y un altar al que ofreció un cuerpo destazado en su trazo dancístico, quizá su propio cuerpo metamorfoseado en un ser mitológico regido por el impulso y la pasión, un ser en busca de conciliación.
En la última parte, el cuadro al fondo se descubrió como una mesa, se colocó en medio y la escena, con un bolero tocado por un organillero y los sonidos habituales del fin de semana en una plaza, se convirtió en una casa antigua abandonada en el centro de alguna ciudad. La bailarina, de espaldas y con una máscara detrás la cabeza, fue un personaje atemporal, cual fantasma entre las ruinas de lo que fue un esplendoroso hogar, las ruinas de un ser que habitó una vida, sentado en una mesa y con la espalda bien apoyada en el respaldo de una silla, sintiendo el peso del tiempo, el tiempo que pasa letal.
Compañía de Danza Experimental de Lola Lince
El sentimiento del tiempo
21 de octubre de 2022
Teatro Cervantes
Fotografía: Germán Romero (cortesía FIC)