He llegado a la conclusión de que lo más terrorífico que puede pasarte, no es hundirte en la
angustia y desesperación, puesto que todos salimos a flote tarde o temprano; por supuesto
que cada uno lo hace a su ritmo, manera, dependiendo del barco en el que se navegaba y el
océano al que te adentrabas.
Admitir estar mojado, es al mismo tiempo, abrir la puerta a la salida. Lo cabrón resulta cuando
aún adentro del profundo azul sin fin, te acomodas y empiezas a flotar sin rumbo; no muerto
en el fondo, menos con los pies en la tierra, sino en un largo trayecto de zona de confort que
dejas que te traiga y lleve al antojo de las olas o bien, de la tranquilidad del mar sin rumbo fijo.
Está demás gritar porque pese a que un navegante pase con un salvavidas, depende de ti si te
sumerges o te apoyas. Está demás decir que estás cansado, porque tu cuerpo lo muestra, con
las ojeras marcadas, la cara pálida, la mirada perdida, y la música que te orquesta. Está demás
la ropa que usas o el maquillaje que te pongas, porque no es necesario cuando a ti no te
importa. Está por demás la isla divertida llena de amigos, porque lo menos que quieres, es
pararte en una isla en la que ningún colega le interesa flotar contigo.
Está demás pensar en si llueve, porque igual ya estás húmedo. Está demás todo, todo menos
la caracola en tu oído que no escucha otra cosa que no son las olas.
Algo así se siente la depresión, la angustia y la tristeza, porque todos poseemos la capacidad
de salir adelante y con la cara en alto, sin embargo, lo que a veces falta son ganas de hacerlo.
Porque puedes tener el apoyo constante, quién te lance un salvavidas, te quiera subir en su
moto acuática, lancha, bote o barco gigante; puedes tener un farol que te dice a dónde está la
luz que necesitas, puede que las aves más hermosas atraviesen el cielo, o los peces más
extraordinarios deambulen a un ladito tuyo.
Puedes tener motivos para llegar a la orilla, y tener el yate perfecto en casa, con quién
compartirlo, o disfrutarlo a solas, pero, cuando te acomodas y empiezas a flotar en medio del
mar, lo único que te queda es despertar, y no hablo de alarmas o de empujones, sino de la
fuerza más poderosa que existe, la fuerza de voluntad.
Y me río de los que nos creemos invencibles, creyendo seguir la brújula con las velas tendidas,
porque así sea un lago o un océano, todos tenemos una racha de flotar, lo importante es
aprender a sobrellevar sólo lo necesario para que no pese más las emociones, que el cuerpo
mismo en tan interesante trayecto…