En un cuchillo mi cara, mi nombre, mi voz por Joan Carel

BernardoCid/ArchivofotoFIC2019

¿Qué significa el “norte” para ti?, esa es la pregunta que enmarca de principio a fin a Kiinalik: These Sharp Tools, de la compañía canadiense Buddies in Bad Times. Como forma de reconciliación entre ambos extremos de su país, dos mujeres se encuentran, se conocen y juntas inician un viaje reflexivo a través de sus identidades, sus crianzas y sus condiciones sociales, tan polarizadas aunque, ante el mundo, son parte de un solo territorio.

Evalyn Parry, mujer de piel blanca y cabello rubio, lesbiana y activista por el bienestar de las personas queer, rememora con su guitarra las canciones que ambientaron su infancia. Cantos sobre los ríos y la tierra se deconstruyen ante ella y se vuelven visibles términos antes ocultos por su normalización. “Savage”, por ejemplo, cobra un significado que la incomoda. ¿Por qué el otro, el del norte, por ser diferente y lejano es “salvaje”?

Laakkuluk Williamson Bathory, mujer descendiente del pueblo inuit, al vivir ahora una vida que bien podría considerarse “colonizada”, expone alegremente, con ayuda de un mapa interactivo, los elementos culturales fundamentales de su pueblo, los cuales, tan contradictoriamente  a las tan promovidas ideologías y políticas de inclusión, se encuentran amenazados. En pantalla se proyectan vísceras y pieles sobre el hielo; en las manos de la mujer hay dos cuchillos redondos, la herramienta básica de las madres inuit para conseguir alimento y vestido para sus familias. “Mi cuchillo no tiene cara, porque su cara es la mía; mi cara debe tener filo, si no yo dejo de existir”, dice mientras se contempla en él cual espejo. Los logros de instituciones como Greenpeace en cuanto a la protección de las focas y otros animales marinos, ha dejado a las familias inuit en la miseria, en la hambruna, y a muchos los ha llevado hasta el suicidio.

“¿Qué significa el norte para ustedes?, ¿qué tan arriba han llegado?”, preguntan a la audiencia y con ello abren espacio para el dialogo entre los asistentes, seguido de un panel de discusión y retroalimentación. La obra, convertida en conferencia y de ahí en panel, regresa al cuadro escénico y la representación se reanuda con una presentación animada de hombres colonizadores en expedición, mientras aparecen fechas distintas que motivan el relato de las mujeres sobre acontecimientos determinantes tanto en su historia personal como en la historia colectiva.

Evalyn narra indignada, porque no tiene mucho que se ha enterado, la colonización de los pueblos indígenas hace apenas unas años, quienes fueron llevados a reservas en extraños territorios persuadidos por las promesas, según la “ética” del gobierno, de atención médica y mayor provisión de recursos, tanto de alimentación, vestido y vivienda; sin embargo, una vez mudados, la realidad fue cruel convirtiéndolos en verdaderos desvalidos, ignorados y atrapados en una tierra que no sabían trabajar y en la cual tuvieron que adaptarse a la fuerza sin ninguna posibilidad para escapar. Es 2019 y esa historia actual, semejante a la de hace tantos siglos en toda América, es una verdad acallada que apenas unos cuantos conocerán.

Laakkuluk recuerda las tradiciones de su pueblo y experimenta un trance llenándose la cara de pintura con la que se crea una máscara; enseguida ejecuta un Uajeerneq, baile tradicional greonlandés. Con exclamaciones en su lengua materna, entre otros sonidos que bien podrían tacharse de “salvajes”, la mujer inicia una danza furiosa y violenta al mismo tiempo que se lanza sobre la audiencia; corre, salta, se trepa sobre los cuerpos, olfatea, grita… La gente se llena de una especie de pánico ante la bestialidad que los golpea, confundida por el cambio tan inesperado de ambiente y actuación. Luego de diez minutos aproximadamente, la danza termina, la mujer toma lugar sobre el escenario, limpia su cara y afablemente explica que el ritual mostrado tiene como propósito enseñar a los niños de su pueblo a lidiar con el miedo y sobrevivir con ecuanimidad; además, la máscara y el baile incluyen elementos simbólicos que reafirman un aspecto básico sobre la naturaleza y la identidad: que todos somos seres sexuales, que debemos amar y respetar nuestra sexualidad.

En distintos momentos a lo largo las dos horas de función, las mujeres unen y alternan sus cantos y sus idiomas, encontrando mutuamente lazos en la polifonía, nexos y semejanzas que imperan a pesar de los climas tan opuestos de sus entornos, especialmente en el Ártico olvidado y sufriente por las acciones de una indiferente población mundial.

Aun con los múltiples cambios de formato discursivo y escénico, quedan en la memoria las palabras de Laakkuluk –quizá por la semejanza con la realidad, en todo el territorio (desde el sur hasta el norte), de los eternamente ignorados, sobajados y menospreciados pueblos indígenas mexicanos–: “soy la historia que me cuentan, soy agua, soy lágrimas; mi herramienta son mis palabras y mi guía mi lengua; el nombre es el alma y el alma el nombre; los nombres dejan marcas y en la respiración de la danza habitan los espíritus de la tierra y el hielo; en sus surcos nada puede ser colonizado, ni la mente ni el cuerpo; inuit significa la persona real”. Solemnemente Evalyn escucha y se conduele, ella en representación de todos los que se niegan a escuchar.

Buddies in Bad Times
Kiinalik: These Sharp Tools
25 y 26 de octubre de 2019
Teatro Cervantes

Fotografía: cortesía FIC

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