Dios escupe en la cara del que llora
para enjuagar las cuencas donde vierte
el amargo milagro un ángel fuerte
que en la garganta tibia se me atora.
Mas se licúa la mirada, dora
a la corva mejilla, al labio inerte
y se diluye hasta el sabor que advierte
su grumosa impresión y rememora.
Por un instante los bebidos ojos
se pasman frente a la creatura interna
quien les suplica una visión externa.
Lo humano, lo divino, sus despojos,
en el ser introducen los abrojos
y cielo halo de mi Dios la pierna.