Querida vida… Camila Barba

Un alma creativa que se despoja de sus pieles, de su mundano y sublime hábitat; poniendo a prueba todo lo etéreo que sucede frente a nuestros ojos sin siquiera percatarnos, así como tal vez no lo pude hacer con esta temporal idea de terminar con todo. Si la paciencia me dominara o siquiera tuviera existencia alguna en el velo de mi percepción, me podría dar cuenta que lo posiblemente ilógico que es el suicidio.

En cambio, solo me he dado cuenta de lo absurda que es la vida. El sentido que le he dado ante que una masa colectiva de ideas nefastas sin ninguna importancia, ideas que en consecuencia me llevaron a vivir un trayecto sin apreciación y lleno de la rutina en la cueva. ¿Fue la impaciencia? ¿o fue la cobardía? como dirían los fieles… la cobardía de desafiarme a mi misma; dejar rodar la piedra en lugar de vivir castigada por subirla cada día, dejar de querer ver el cénit donde solo había una llama de fuego, dejarlo todo… para vivir. Porque en la raza humana, todos estamos condenados a formar parte de la mayoría que no percibe el día y la noche, no percibe el tiempo o el abismo; hasta que nos encontramos con la realidad de que todo es pasajero, y si no nos volvemos los jugadores de ajedrez, seremos peones, convirtiendo algo tan hermosamente etéreo en una eterna pasantía.

Y ¿qué es la vida si no un oficio lleno de ilusiones? Desgraciadamente, cuando dejamos de creer en las ilusiones, estas se van, se esfuman y todo comienza a perder color, como lo es mi rumbo en esta vida; el cual ya no va de engañarse a uno mismo ante el crudo abismo que causa el horror vacui y tratar de llenar cada mínimo vacío con cualquier vicio aparente. Por eso tomo esta decisión, sin miedo a la muerte y con miedo a la vida, con la esperanza de sentir algo más allá que un estado sempiterno, prefiero terminar con el absurdo que seguir sin sentido o uno lleno de falacias.

Me despido, desde las bonitas sonrisas que pude dar y con el corazón saciado del tiempo que pude compartir. Con la gran pena del dolor que podré causar, consciente de que estoy tomando una decisión un cuanto egoísta, pero espero que puedan sanar su dolor y que me sigan recordando con lo mejor.

A mi familia, que, con expectativas siempre altas de tener una persona exitosa, solo les pude dar un alma soñadora; les pido una disculpa, no por ser lo que ustedes no pidieron, sino porque el día de hoy dejé de soñar y de creer en mí. Recuérdenme, de la mejor manera mientras puedan; porque como todo, es temporal, hasta los recuerdos que caminan y ríen en el espacio. Lloren para sanar su corazón del posible vacío que les podré causar, pero nunca olviden mi alegría.

Hoy, se escuchará el réquiem del décimo tercer canto

y solo encontrarán frente a sus ojos a un bulto con rasgos míos;

ese cabello rizado y dorado, ya no me pertenece,

esas manos poco gastadas por labrar, tampoco me pertenecen,

ni siquiera esos labios acorazonados me pertenecen;

solo verán un bulto frío y petrificado

sin presencia, sin color y sin energía.

Se escuchará el décimo tercer canto

y yo ya estaré en la barca de Caronte,

sin destino alguno más que el séptimo círculo

aceptando lo que escogí, aceptando que:

así como construí mi alma, de ella hago una horca.

Llegó el mi invierno a mi cuerpo, acompañado de un crepúsculo desde el poniente que dará matices cálidos a mi alma, para poder caminar en silencio… Hoy, llegó el invierno desde el poniente.

 

Historia Anterior

PAREDES CRIS NB

Siguiente Historia

Mi mamá se extingue como el Amazonas. Rebeca Gómez