Epístola I por Daniela Ávila

Camino automáticamente por las calles desiertas, baldosas frías y polvorientas. Percibo el olor a desayuno recién hecho, pero yo, como desde hace un tiempo, me siento ajena a todo lo que una vez fue mío: el cielo azul, las estrellas de la ciudad, el colchón mullido y hasta la cornisa de la ventana que muchas veces me brindó seguridad.

Camino recto sin saber bien a dónde me dirijo, ¿será acaso al cuarto con listones de colores? ¿directo a saltar a un abismo? Detengo mis pasos y percibo tu aroma: tinta, sal, grafito y café como el que me gusta tomar, como el que muchas veces te he preguntado “¿cuál café me gusta?” “oscuro sin azúcar” sueles responder, mientras rellenas el vaso blanco de papel, tan frágil y peligroso como una bomba a punto de explotar.

Me detengo y te veo allí, de pie, observándome sin parpadear, ¿qué es lo que esperas encontrar? Mis ojos ven borrosos y no es por la miopía física que me caracteriza. No, es una miopía metafísica, silenciosa y dolorosa. Veo borroso porque te mueves a ritmos frenéticos que esperas que logre percibir, que pueda alcanzar, pero mis piernas vacías, sin fuerzas de tanto ir detrás, ya no pueden más. Eres un huracán.

“¿Cuándo te fuiste?” logro formular. “Apenas esta mañana”, y una risa enérgica, colérica quiere estallar. (¿Apenas esta mañana? ¿Esta mañana de cuál día de hoy de ayer del otoño o de la primavera? ¿Esta mañana de las lágrimas incontenibles, de la visita del inquilino interno que no logro dominar? ¿Cuándocuándocuándo? Dime, maldita sea, cuándo, porque tus brazos y tu sal, ajenos a ti, parecen continuar). “Esta mañana” repito para memorizarlo mientras doy media vuelta para seguir mi camino.

No sé si han pasado días en horas o viceversa; no sé si el frío que cala hasta los huesos es por el invierno o por la soledad; no sé si nuestra casa de muñecas aún existirá: pequeña, cálida, amontonada, pero nuestra. Lo único que sé con certeza es que me quedé con tu cuchara plateada que utilizo para preparar mi café oscuro sin azúcar, ¿y tú? ¿Tú con qué te quedaste? ¿Con el carmín en el librero, con el botiquín de primeros auxilios que no supimos utilizar? ¿O acaso con la incertidumbre que causa el preguntarse si algún día, cualquiera de los dos correrá?

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