Apagar los teléfonos fue la petición enfática detrás del telón antes de comenzar la función de la Compañía Dos à Deux, no solo por protocolo en todos los recintos, sino de viva voz al micrófono. Según explicaron, era indispensable para la apreciación del espectáculo y fue verdad, pues el más leve destello, como algún foquito en las bocinas o el propio reflejo de las lámparas en el barniz de las butacas, resultó un distractor terrible.
Transcurrieron quince minutos aproximadamente ante un escenario totalmente oscuro donde solo destacaba un medio círculo metálico que enmarcaba un pequeño cuadro y los cuerpos de dos bailarines entre sombras. El primer momento de impacto fue cuando el aparente humo, que en realidad era luz, configuró la imagen de un hombre en un tamaño enorme y cayó a un abismo dentro de la pantalla.
Las luces del foro se encendieron. Nada ocurrió. Poco después se anunció un problema técnico en el equipo de iluminación, crucial para el espectáculo, pero este se solucionó enseguida y la función reinició desde el minuto cero.
La falla técnica fue un regalo, pues entonces se descubrieron detalles que en el primer contacto pasaron desapercibidos conforme la vista se adaptaba a la penumbra y el espíritu al ambiente.
Las piernas de dos cuerpos conformaron el cuadro inicial. A primera vista y no precisamente cerca del escenario —porque el ser humano siempre busca dar sentido—, parecían cornamentas, pero cuando se desarrolló el trazo y la luz coincidió con las formas, se descubrió que eran parte de un cuerpo humano. La punta de los pies en el extremo superior hizo pensar que las manos o los brazos brindaban el soporte en el piso, hasta que las figuras tomaron una posición vertical con las plantas sobre la tierra.
Los cuerpos se fusionaron, tendieron y distendieron creando figuras desconocidas una tras otra. En el movimiento hipnótico y sin pausa, se develaban asombrosamente las posibilidades performativas de la luz.
Unas voces guturales crearon la atmósfera de un ritual con la que los cuerpos adquirieron, ante estos ojos, el aspecto mitológico de bestias sobrenaturales y desconocidas. Aunque la levísima cantidad de luz y la música generaban somnolencia, los párpados se resistían a dejarse vencer para atestiguar la magia corpórea en escena.
Luego de la caída al vacío donde la puesta se había interrumpido, la luz delimitó un rectángulo vertical de color azul o violeta. Un hombre se colocó frente a él y, en contraste a la penumbra, su danza le permitía entrar y salir del espacio mientras sus piernas se extendían, a manera de reflejo, por debajo de la superficie con las del otro personaje.
Poco había importado el sentido a causa del impacto visual. Sin embargo, de pronto las imágenes comenzaron a activar en la memoria referencias inconscientes. ¿Un Caronte arrastrando a un hombre en su barca hacia el Hades? ¿Una metamorfosis al estilo kafkiano en violentas evoluciones? ¿Los brazos vencidos de la Expiación ante un nuevo rectángulo carmesí? ¿El Hombre del vitruvio plasmado contra una pantalla roja giratoria, similar a la de un teléfono?
En toda el área al interior del semicírculo, se activó una proyección digital con imágenes indefinidas, ¿sonda al interior del cuerpo, micrografía de la piel? Oscuridad.
Una espalda apareció iluminada, sangrante, pero no se supo que lo era hasta que el resto del cuerpo emergió de la luz y se evidenció su desnudez. Los brazos se extendieron como en un viaje surrealista, ¿era un juego de luces, había aditamentos, la extensión pertenecía al otro cuerpo?
El escenario se transformó con un fondo metálico y un individuo con la misma textura de pies a cabeza dibujó la silueta del otro en la penumbra, ¿como un dios que crea seres robóticos?, ¿eran androides?, ¿los reflejos eran estrellas o pixeles? Vestidos ambos con esa característica, danzaron en una especie de cortejo hasta fundirse con el entorno.
Luego apareció una pantalla similar a las paredes de las cavernas prehistóricas y la sombra de las figuras humanas creó estampas del arte rupestre que se fundieron en una sola silueta.
Los bailarines aparecieron en escena ¿para recibir el reconocimiento? Eso parecía, pero comenzaron a golpear, cual tambor tribal, la pantalla de la estructura circular que había fungido como cuarta pared. ¿Sí fue esto un ritual? Finalmente, esta cayó hacia el frente, como una puerta para que los bailarines salieran, y terminó a la función.
Si fuese posible volver a ver el espectáculo, seguramente adquiriría un significado totalmente distinto al que se fue construyendo con el asombro, extraño producto de la conciencia. Es intrigante no haberse percatado del instante en que comenzó la búsqueda del sentido y la mitificación de lo inexplicable, tal como hacían los seres humanos hace milenios ante las bellezas y los horrores de la naturaleza. Si bien, antropólogos y estudiosos de los relatos y la cultura sostienen que, desde la niñez, es inherente al ser humano mitificar todo, comenzando por el nacimiento.
Mientras tú volabas yo creaba raíces, explica la sinopsis del espectáculo, conjunta las artes visuales, el cine, la danza y el teatro en un diálogo multilingüístico con significados diversos. “Entre el sueño y la realidad, somos una maraña de sombras y luces, frente a lo inconmensurable, la inmensidad y el misterio del abismo. (…) El amor y la curación son manifestaciones de nuestra conciencia más allá de nuestros miedos, angustias y heridas profundas, de las que no siempre es posible comprender el origen”.
Artur Luanda Ribeiro y André Curti, actores y bailarines, anunciaron un oráculo escenográfico resultado de su investigación teatral y coreográfica desde 1997, misma que los ha llevado a presentarse con once obras en casi todos los países de Europa, en África Central, Asia, Polinesia Francesa, Emiratos Árabes Unidos y Sudamérica, sumando 50 países, más de 3 mil representaciones y dos sedes, una en París y otra en Río de Janeiro; esta última es también residencia artística para otros grupos y artistas.
Mientras tú volabas yo creaba raíces
Compañía Dos à Deux
12 de octubre de 2024
Teatro Juárez