Querido Luis Fernando Ferra…
Oxido ferroso que llenaste de luz nuestro Aguascalientes y llenaste de armonía y color un mundo manchado de gris.
Salmón en constante lucha, a quien no le importó recibir golpes contra las piedras, al nadar en contra del putrefacto río de injusticia y egoísmo.
Esas duras y filosas piedras que te lastimaron mientras cuestionabas, analizabas y demandabas; no con agresión, sino actuando con congruencia y honestidad.
Siendo un buen hijo, buen amigo y, principalmente, un buen compañero. Un hombre decente y de principios. Un genio por la fidelidad a tus sueños cumplidos y a tus objetivos obtenidos.
Tu bandera, aquí y en cualquier otro lugar, fue la de liberar al ser humano de todas aquellas ideologías estúpidas, llanas y egoístas, cuyos fines sólo benefician a unos pocos y deprimen a muchos.
Esa bandera que busca crear una conciencia social incluyente, receptora de todas las formas de vivir y pensar diferentes a la mayoría.
Con urgencia luchaste por crear una sociedad más tolerante y participativa; y aunque los demás en un momento callaron, tú terminaste afónico por tu convencimiento de que la justicia social es posible.
Con tu actitud creativa y constructiva ante la adversidad, viniste a dar fuerza al movimiento activista en protección de las minorías; siempre actuando con coherencia y permanencia. El camino que recorriste ha dejado palpable huella de tu respeto a la libertad y tu lucha por hacer de este mundo un lugar más humano.
Fue así que tu espíritu de guerrero nos vino a refrescar y vitalizar, tomaste nuestras causas y las hiciste tuyas, nunca te doblegaste aunque hubiera mal tiempo.
Perteneciste a un grupo de jóvenes universitarios que demandaron fuertemente diversas causas, con bases y planteamientos bien fundamentados dieron una visibilidad diferente.
Sin embargo, desde hace un año los atardeceres de Aguascalientes son más rojos que nunca antes, tu vida quedó inconclusa de la manera más estúpida e imprudente. Aún no podemos entender como un joven con tanta luz, energía y vida sea víctima de las circunstancias y de un asesino. Veintiún segundos fueron suficientes para acabar con una vida de veintiún años.
Quiero decirte Luis Fernando que vives en nuestra mente, en nuestro corazón y también en nuestros puños y voces, y que estamos comprometidos a crear un cambio tangible en esta sociedad cada vez más legal y menos justa.
La calle donde nos diste tu última sonrisa lleva por nombre “Héroe”, y tú fuiste el nuestro, no de Nacozari, sino de nuestra propia vida.
Cantando te fuiste al ritmo de Edith Piaf: “Con mis recuerdos he encendido el fuego. Mis penas, mis placeres, ya no los necesito”.
Hasta siempre amigo.