Entro y mi sombra se queda afuera, bajo la luz parpadeante del foco. Los muros respiran. El frío se detiene. He entrado a las tibias entrañas y sangro, es la cerradura oxidada quien araña las manos. Camino empujando lo que no se mira, cargando un silencio pesado y respirando unas ganas terribles de sobrevivir. Tengo miedo… Hay alguien más en casa.
“No te muevas, cállate y no hables”, pienso. Me tiro al piso donde las flores de jacaranda se han marchitado. Mi pie dirige al cuerpo, mi rodilla lo sigue, la cadera se empuja y mi pecho se contrae para lanzar mis brazos en espiral hasta el lado prohibido de la casa.
Las habitaciones se han dividido. La primera es la del hermano muerto. El eslabón que se rompió y me soltó en la marisma: con los pies descalzos vagando entre los pasillos blancos, con la mirada perdida entre el fuego del lirio y los oídos atiborrados de cantares sacros.
La siguiente es la de los bebés abandonados. Los sollozos. La frescura de todo lo que comienza y no tiene camino ni guía. Una libreta nueva que me otorga una pluma sin tinta. Las líneas paralelas que por momentos marean y se cortan entre ellas.
La última, la del final del corredor, es la habitación del agua. De los fluidos más hondos. Del mar. Del sudor. De las lágrimas. Hasta allá me arrastro y me sumerjo, oculta, con los ojos puestos en la cara oscura de la luna. Esa luna que recorro noche a noche con los dedos.
Escapo de la red. Me alejo de los ganchos. Me voy al fondo.
Escucho gruñidos, rasguños, pasos acelerados, la inhalación de un cigarro. Pero no veo nada cuando la ola enfurecida me arrastra, me golpea contra los corales y me regresa a la orilla, donde la sangre se cuela entre la arena y el enjambre de moscos me devora.
Estoy tumbada, dolorida y acabada. Las ganas de llorar me invaden cuando sale el sol, pero la carcajada se escurre primero. “No me atrapaste”, le digo a la casa. Y me río, me río tan fuerte como puedo porque en la noche empezará de nuevo este juego maldito, donde maldito también es quien lo juega y quien lo jugará soy yo.
Pero por hoy estoy tranquila: gané un día más: abro la puerta y salgo a la luz: mi sombra regresa a su posición: sigo viva.