Madre, hoy te recordé tres veces
y debo decirte que en mi ánimo
te sigues viendo tan joven
como cuando me llevabas
el almuerzo a la escuela.
La primera, cuando dije
buenos días
al chófer del autobús
tal como me enseñaste
aunque no me contestó.
La segunda, cuando cedí
el asiento a una embarazada
mal que no me dió las gracias,
talvez fue mi apariencia,
creo que el exceso de barba
en mi cara, sí,
estoy seguro que eso fué,
y tú qué tanto insistes
en que me afeite.
Al pasar frente a la iglesia
te recordé por tercera vez
al santigüarme como de costumbre.
También me vino a la memoria,
el movimiento sublime
de tu mandíbula cuando rezas,
la presencia de Dios en tu boca
por las mañanas al despedirme
antes de salir de casa que,
como el ruido de los badajos
me timbra en la cabeza todo el día
recordándome que existes,
que mucho me has dado
y que tan poco has recibido de mí.
No es el mes de las madres
ni el julio de tu cumpleaños
porque a veces hasta eso se me
olvida, es un día como cualquiera
y también como ninguno
porque, ¿Para que esperar una fecha
en especial si puedo practicar
tus enseñanzas y celebrar tu
presencia todos los días?