II. Fist por Luz Atenas Méndez Mendoza

La mañana comenzaba y, con ella, nuevos ánimos invadían a Elliot; su negocio prosperaba poco a poco y, ya con unas semanas en funcionamiento, tenía grupos en la mañana y en la tarde. Las clases iniciaban a las 10 y para medio día se tomaba un descanso, luego regresaba hasta pasadas las 4 de la tarde, cerrando el local hasta pasadas las 9 de la noche; el último grupo, compuesto por preadolescentes, terminaba a las 8, aunque siempre se quedaba un chico hasta pasados 30 minutos, que era cuando llegaba un automóvil azul por él. Nunca nadie descendía del vehículo, pero era como si no fuera ningún familiar el que iba por el joven, puesto que sólo se despedía y subía por una de las puertas traseras.

 

Normalmente regresaba al departamento después de las 10 de la noche, después de comprar algo en el camino para cenar y acaso algo que le faltara en la nevera; le disgustaba de sobremanera cocinar a altas horas de la noche, pero comprendía que era mejor pasarse una hora cocinando a gastar más dinero en el desayuno, en la comida y en la cena, además de que siempre preparaba algo para el almuerzo y una merienda por si acaso. Cuando sentía hambre en la tarde-noche, casi siempre dejaba que las clases de la tarde las impartiera Chris, quien ya se sabía algunas rutinas de Elliot, pero siempre cambiaba algo para meter su “toque personal”.

 

—Hombre, no te había visto tan feliz desde que abrimos este lugar— comentó Chris mientras pasaba una franela por encima del mostrador que estaba en la entrada —, me pregunto qué te tiene tan animado.

 

—Ehm…— Elliot soltó una breve risa, rascando su nuca al mismo tiempo. En seguida le dirigió una mirada de extrañeza a Chris y se encogió de hombros —No sé a qué te refieres. Me agrada que este lugar vaya bien, es todo— apagó las luces del salón contiguo, dejando solamente las del recibidor.

 

—Vale, no te preguntaré su nombre, si eso es— Chris alzó ambas manos, sosteniendo en una la franela, y luego las bajó y dobló la franela con ambas manos, dejándola sobre el mostrador —, pero vas a verla hoy, ¿no?

 

Elliot le dirigió una mirada seria a Chris, probablemente de hartazgo.

 

—Ok, ok, ya no pregunto nada. Pero digo que habrías sido más discreto si te hubieras acicalado en tu departamento y no aquí. No te digo nada porque somos socios, pero las duchas normalmente las usan los clientes. Hoy se te ha ocurrido a ti y no llevas tu mochila al hombro. Se nota a leguas que, si no vas a ver a una chica, al menos vas a buscar a una— Chris se encogió de hombros y frunció la boca.

 

Ambos salieron del negocio; Elliot no decía nada, mientras que Chris se limitaba a buscar las llaves para cerrar bien la puerta.

 

—Mañana temprano, ¿vale?— comentó Chris —No quiero ser el único con resaca en el Hash House del Linq— caminó unos cuantos pasos en reversa, alejándose de Elliot lentamente —, ¡pollo frito y waffles, nene!— señaló a Elliot, para luego mostrarle el dedo medio con la misma mano.

 

A Elliot le incomodaba la conducta de Chris, pero aceptaba ahora que tenía razón. Nunca usaba ninguna de las (pocas) regaderas que tenían para los clientes que pagaban por usarlas luego del entrenamiento, puesto que para eso habían buscado un local pequeño pero que tuviera integradas regaderas, y éste que con suerte tenía 6, normalmente eran sólo para los clientes. Ahora se había propuesto salir un momento con el fin de dejar atrás la cotidianeidad que lo había absorbido desde su llegada a la ciudad; literalmente, sólo trabajaba entre semana y descansaba los fines de semana, cosa que comenzaba a aburrirle. Chris ya daba algunas horas sin que él lo estuviera supervisando todo el tiempo, y es que en su disciplina ambos tenían conocimiento, pero Chris tenía poco tiempo de dar clases. A Elliot eso prácticamente le había pagado el viaje a Norteamérica.

 

Estaba afuera del Atomic Liquors, en la calle Freemont, observando el ambiente desde afuera. Para su suerte, de ese mismo lado había varias motocicletas estacionadas, así que dejó la Kawasaki ahí mismo, frente a un poste de iluminación. Metió ambas manos a los bolsillos de su chaqueta mientras caminaba hacia la entrada del bar; justo al otro lado de la barra de servicio estaba Jacqueline hablando con un chico más o menos de la altura de Elliot, de cabello rubio, quien se limitaba a asentir con la cabeza.

 

—Una Geek Breakfast, por favor— pidió Elliot, tomando asiento en un banco junto a la barra; puso el codo derecho sobre la barra y descansó la barbilla sobre la palma de la mano, observando las botellas de alcohol al otro lado de la barra.

 

—¡Elliot, qué bueno tenerte aquí!— Jacqueline se acercó a él desde el otro lado de la barra con la cerveza que él había pedido, la cual puso frente a él —Hace dos noches un tipo pidió una igual y pensé que eras tú, lo mismo hace como una semana… Pero cuéntame, ¿qué te has hecho?

 

—Nada, nada. Pasaba por aquí y quiero descansar un poco del trabajo— era casi imposible para él ocultar que le alegraba ver a Jacqeline bien; habían pasado dos semanas desde el incidente y ahora la veía muy alegre, no como aquella noche. Su mano derecha rápidamente tomó la cerveza y su rostro había pasado de estar serio a esbozar una sonrisa por la chica.

 

—Venga que nada es algo, siempre es algo aquí en Las Vegas— Jacqueline lo observaba con atención, sonriendo también.

 

—He tenido trabajo, es todo. Parece que sí funciona como negocio el tener un lugar para enseñar artes marciales— Elliot bebió un poco de su cerveza —¿Tú qué has hecho? No te veo desde…

 

—Sí, desde eso— Jacqueline tomó aire profundamente y fijó su mirada en la de él —. Al final lo despedí. Me comentaba el gerente de otro pequeño lugar que abrí que hace una semana fue a decirle que si no le daba trabajo, lo más seguro era que dejaría la ciudad. Dice que hoy se ha aparecido con sus maletas y que sólo pudo responderle algo como “tú te lo buscaste”.

 

—Debió ser muy malo para él, quedarse sin empleo. Pero sus acciones no tienen excusa —Elliot puso ambas manos alrededor de la botella de cerveza, pensando qué decir en seguida.

 

—No mucho, creo yo— Jacqueline miró a un lado de la barra y volvió a ver a Elliot —, pero hablamos más tarde, ¿vale? Debo ocuparme de otro asunto un poco urgente, pero quiero que vaya bien, ya no quiero estropearlo.

 

En ese momento se acercó el joven rubio con el cual Jacqueline había estado hablando antes. De cerca se veía menos delgado, pero no estaba descuidado; hasta cierto punto, su cuerpo parecía estar en el peso y altura exactos. No tenía gran músculo, pero era como si no le hiciera falta. Tal vez no hacía ejercicio, tal vez comía bien solamente. Vestía totalmente de negro, con playera sin mangas y pantalón de mezclilla.

 

—Dicen que llegó allá hace poco y le han hablado a la policía porque ha querido hacer un lío, Jacq— comentó el joven.

 

—Entendido, Landon— Jacqueline intercambió la mirada entre Landon y Elliot, de quien tomó la mano siniestra con ambas propias y a quien dirigió una gran sonrisa —… Si me esperas una hora, prometo regresar pase lo que pase, ¿vale? Y nos ponemos al corriente— guiñó un ojo y lo soltó. Elliot asintió con la cabeza, desvaneciendo la sonrisa a medida de que Jacqueline salía por la puerta de servicio con Landon.

 

Sin embargo, ella no regresó esa noche.

Historia Anterior

Letras, letrados y letrinas por Manuel Roberto Ruvalcaba Rivera

Siguiente Historia

Irreversible por Diego Martínez