IX. Riot Por Luz Atenas Méndez Mendoza.

 

Ashley suspiró. No esperaba entender las razones de su madre, y mucho menos quería comprender la decisión que se había tomado en el testamento de su padre; ignoraba si lo habían tramado ambos, pero no dejaba de dar vueltas en su cabeza lo que acababan de escuchar, haría no más de una hora: “en caso de que el primogénito no sea encontrado con vida, todo pasará a manos de mi hija, si es que se ha casado”. No deseaba casarse. Era lo que menos pasaba por la mente de Ashley en ese momento; aunque ya no tendría que preocuparse por ello: “si el primogénito regresa, para poder acceder a la herencia familiar deberá acordar con su madre, mi esposa, una suma mensual no menor del 10% de las ganancias mensuales de la compañía familiar para proveerla económicamente de lo necesario, así como con su hermana menor”. Aunque no casada, estaría bajo el cuidado económico de Landon.

 

Landon tocó a la puerta, tal vez sólo por educación. Ashley se giró para verlo, sosteniendo en las manos una blusa blanca; su maleta estaba abierta, esperando ser llenada con la ropa y lo necesario para el viaje de regreso.

 

­­—Ya he empacado todo, ¿te falta mucho?— preguntó Landon, caminando hacia el interior de la estancia.

—No— Ashley movió la cabeza de un lado a otro, luego colocó la blusa dentro de la maleta y siguió con otra prenda —. ¿Ya ha llegado Eric?

—Ni idea. Sólo sé que ya he firmado los papeles para que ustedes reciban su dinero. A ella le he dejado el 10%, aunque quería más pero el abogado le dijo que yo estaba en todo mi derecho de negarme a ello. Ya se fueron él y el notario.

—Perfecto. Ya sólo nos queda regresar en el tiempo.

—¿Cómo?— Landon respondió, mirando con extrañeza a Ashley.

—Pues, eso. Allá es más temprano que aquí. Llegaremos con poca diferencia de horas, aunque pasemos mucho tiempo en un avión.

—Nunca lo había pensado así…— comentó Landon, observando por la ventana de la recámara —¡Vaya! Sí que tenías una buena vida aquí. Hasta la vista de tu cuarto es mejor que la del mío.

—No es competencia. Sabes lo que es vivir aquí— Ashley cerró la maleta y tomó su equipaje de mano: una bolsa con lo necesario para el trayecto.

—Sí, lo sé— se adelantó a ella y tomó la maleta, bajándola al piso con cuidado —Por una vez, al menos, no hay que dejar que la servidumbre haga esto, podemos solos.

 

Mientras bajaban en el elevador, Ashley se quedó viendo al espejo que estaba de fondo en ese pequeño recuadro de metal; en seguida sacó su móvil y tomó una foto, mientras Landon recargaba su peso en una de las paredes, a un lado de ella y de su maleta.

 

—¿Qué te hizo irte?— comentó Landon, justo en el momento en el cual se abrían las puertas y frente a ellos parecía una despedida real: los miembros de la servidumbre estaban formados a un lado y otro del pasillo, mientras su madre esperaba cercana a la puerta, junto con el chofer que los llevaría al aeropuerto.

—…Esto— comentó Ashley mientras caminaba hacia la salida.

 

No sabía si Landon comprendería a lo que se refería, o tal vez sí, pero comprendía el hastío que a él le producía estar ahí, rodeado de gente que tenía por trabajo “hacer la vida más fácil”, sin darse cuenta de que los volvían más inútiles.

 

Su madre los observó por un momento, mientras caminaban hacia ella; cuando los tuvo de frente, se limitó a asentir con la cabeza y a verlos subir al automóvil. No hubo palabras de despedida, ni abrazos o miradas constantes: sólo silencio. Ashley pensaba que la había herido toda esta situación, pero no podía hacer nada para remediarlo: deseaba regresar al otro lado del mundo y alejarse de ahí; no era como que hubiera pasado una mala vida, sino que se dio cuenta de que no era para ella. Prefería las tardes amenas, el esfuerzo que hacía día con día hasta en las cosas mínimas, el fruto de su trabajo y la sonrisa de los que la rodeaban; prefería la vida sencilla.

 

Una vez en el automóvil, saliendo de la propiedad, llegó un mensaje para Ashley: “Ya llegué. Los espero”. Miró a Landon y sonrió.

 

—Creo que va a esperar a que los tres hagamos check-in juntos. Aunque ya sabe que de todas maneras vamos a ir en asientos juntos— comentó Ashley, guardando el móvil en su bolsa.

—No podría alejarse de ti aunque quisiera— dijo Landon, observando por la ventana.

—Ya lo ha hecho. Y respeto esa decisión— Ashley bajó la mirada, tomando aire profundamente. Landon volvió los ojos hacia ella, extrañado —, aunque sí lo extraño.

—Tal vez deberías hacerle ver lo que se ha perdido. A su edad las únicas que lo van a buscar va a ser por dinero— comentó Landon, con tono de burla —. No creo que le venga mal un poco de amor sincero. Digo, porque, lo amas, ¿verdad? No sólo te lo quieres coger.

—…— Ashley lo observó en silencio. No podía decirle nada más, así que se limitó a asentir con un leve movimiento de cabeza.

—Tranquila. Si algo sé es que no te apresaré como mamá y papá, con esas estúpidas expectativas de vida perfecta…— Landon miró por la ventana, otra vez —Apuesto a que eran infelices juntos. Fue arreglado y por eso eran infelices juntos.

 

Al llegar al aeropuerto, después de pasar revisión, ambos se encaminaron hacia la sala de espera. Eric ya los estaba esperando, leyendo un libro grande y grueso, de apariencia antigua, con un empastado de color chocolate.

 

—¿Sabes leer?— comentó Landon en el mismo instante en el que se le acercaron, en tono burlesco —Me impresionas, Doc.

—…— Eric se limitó a observarlo con desdén y luego miró a Ashley —¿Todo bien?

—Sí, ya podemos irnos.

—Bueno, no, todavía no; hay que esperar el avión y hacer fila y… Ya sabes, Coneja— Eric sonrió levemente y guardó el libro que estaba leyendo, no sin antes poner el separador en la página correspondiente.

 

El resto del viaje fue tranquilo. Las horas que pudieron dormir, las aprovecharon como si no hubieran dormido durante todo el viaje; de vez en cuando intercambiaban palabras: preguntas, comentarios sobre lo acontecido, sobre las películas que cada uno vio durante el viaje, la comida que se les ofreció…

 

Una vez en Las Vegas, los tres se despidieron como si fueran a verse en seguida; Ashley abrazó a ambos, agradeciéndoles que hubieran estado ahí para ella, mientras que Landon se limitó a devolverle el abrazo y a guiñar el ojo cuando Eric le dijo que debía pasarse por el Consultorio. Eric, por su parte, esperó a que llegara un carro de la agencia donde trabajaba Ashley; le ofreció llevarla a su casa, pero ella se negó amablemente.

 

—Mejor quedemos luego, ¿te parece? Así no oleremos a avión— rió un poco, recibiendo una sonrisa de parte de Eric, quien asintió con la cabeza.

 

Al llegar a casa, Ashley revisó sus pendientes y procuró ponerse al corriente con lo necesario; el bungaló era acogedor, pero una vez más estaba sola. No se preocupaba mucho porque creía que al menos la parte que le tocase de la herencia sería justa para la renta, pero no esperaba depender por siempre de ello.

 

Pasaron los días, entre trabajo y descanso. No llamó a Eric y a Landon lo encontró una vez en el Strip, acompañando a una pareja; Landon le presentó con ambos, mencionando que eran compañeros del trabajo pero que estaban en trámites de expandir el negocio, entre otras cosas. Ashley preguntó si había ido con Eric y Landon asintió, pero no dijo más. Ella no insistió; sabía que no podía. Dos o tres días después, entre maquillaje y peinado para una sesión, llegó un mensaje a su móvil: le habian depositado la mensualidad correspondida, aunque tuvo que mirar dos veces para poder creerlo. Tuvo que pedir unos minutos para llamar a Landon.

 

—¿Diga?— Landon apenas hablaba, parecía que se había despertado hace poco.

—¿Cuánto porcentaje estipulaste para mí?— Ashley preguntó, sin saludar.

—Um… Como… Como 40%, ¿por qué?

—Es mucho.

—Tranquila, princesa. Nunca será mucho para ti. Necesitas deslindarte de todo lo familiar. Úsalo con fines educativos, ve a un retiro en el Tíbet, yo qué sé, pero úsalo bien, y en ti, sobre todo. No necesitas casarte para ser rica, aunque sí necesitas invitarme un café para presentarme a alguna amiga porque soy tu hermano y bueno, me he dado cuenta de que no estoy nada mal— Landon, al otro lado del teléfono, soltó una risa.

—Ja, ja— Ashley respondió y prosiguió —… ¿Te parece si nos vemos el día que tengas tu cita en el consultorio? Vamos a comer antes o después, tú dime. Yo paso por ti.

—¿No es una treta para verlo, o sí?

—No, ¡qué va! Sólo que se me hace más sencillo verte en un lugar que ya ubique y si mis cálculos no fallan, ya se acerca tu cita.

—¿Quién eres, Sherlock Holmes? Tranquila, yo te mando la fecha y hora y te veo ahí.

 

 

Ashley se quedó pensando en lo que le había dicho Landon: “úsalo bien”. Con esa cantidad podría hacer muchas cosas… Comprarse una casa, al menos, era lo que deseaba, para dejar de tirar el dinero en la renta. Aunque el lugar estaba bastante cómodo y tenía buena ubicación, no sabía si podría comprarlo y era mejor buscar otro; extrañaba la casa de Eric, con techos altos y ventanales que dejaban entrar la luz del sol… Pero, si bien quería, podía tener su casa igual, o mejor. Siempre había pensado que el jardín trasero podía tener un lugar tranquilo para leer, una estructura rústica y agradable para pasar las tardes calurosas en el desierto. Además, todavía tenía un largo camino por delante: nada le aseguraba que volvería a estar con Eric y, aunque eso la asustaba, sabía que debía dejarlo ir. Era genial hablar con él, y lo extrañaba, pero no podía seguir dándole más tiempo del necesario en sus pensamientos.

 

Suspiró, observando el mensaje que estaba en su móvil, sentada en medio de su cama, mientras entraba el sol matutino por la ventana: “mañana a las 10 a.m., y luego nos fugamos”.

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