Se encontraba recostado sobre la cama, reposando la parte superior de la espalda sobre dos almohadas viejas, de esas almohadas que guardan sueños y también algunas manchas de saliva, esas almohadas que desde su existencia primitiva nadie se ha atrevido a lavar. Tomó el control remoto entre sus manos acariciando suavemente con el pulgar los botones que brotaban entre el plástico.
Cada botón se convertía en una posibilidad innita, ejercicio de poder alterar el porvenir a su antojo, una manera de controlar su destino hacia adelante o hacia atrás, extensión del tiempo al alcance de sus manos. Canal 43 o ashback al 88, una suerte de posibilidades inpensables dónde en alguna realidad alterna podríamos elegir alguna película de cheras de Carmen Salinas o una porno del Golden. Mientras acaricia el borde de la goma suave de los botones, ese resplandor articial llena el cuarto de un aura mística, nocturna y casi íntima, para presenciar la emisión de la caja que nunca deja de sonar, aquella repetición perpetua de imágenes desde la primera señal emitida en la etápa arcaica de la televisión.
La atmósfera se llena de esa luz inestable, que va cambiando del azul al blanco, del blanco al amarillo y del amarillo a todos los espectros posibles en los que la luz puede descomponerse. Es esa especie de danza que suscita la habitación mientras en la caja ella canta. Canta vestida con unas botas azules de caucho al rededor de un escenario con utilería de bajo presupuesto.
La mujer pasea sobre el escenario con esas botas azules que recuerdan la lluvia de julio, esas botas que recuerdan los charcos donde de niños nos asomabamos al innito, con temor de caer y perdernos entre las nubes grises de ese cielo inverso, ahora desfragmentado por ondas de agua que generan las gotas al tocarlo.
Ondas que emite la mujer de botas azules en un intento de interpretar una canción infantil, articulando palabras que la voz que sale por el altavoz del televisor no repite, víctima de un doblaje de pésima calidad. Articula cantos que nunca dejarán de repetirse, pues la televisión es esa caja nocturna que nunca para de sonar.
Y mientras adormilado, ruido de tráilers y sirenas de policía a lo lejos, roce de goma de botón en los dedos, la danza y el canto perpetuo de la caja nocturna generá esa atmósfera mágica que tiene la media noche.
______________________________________________________________________________
Oscar Mata
Soy diseñador en la ciudad de Querétaro que a veces escribe. Creo que en el doble mecanismo de la realidad y trato de reflejar en mis textos todo aquello que a veces nos es difícil explicar como ejercicio de instrospección creativa.
Síguelo en
Twitter: @ooscarmaata
Instagram: @ooscarmaata