Puede ocurrir que mi conciencia de la vida y mi realidad no sospechen de mis deseos más profundos. Tengo la prueba en que de repente, sin previo aviso, me asalten las ganas por estar con alguien, aquí y ahora, disponer de esa persona y que a su vez ella disponga de mí. Comparado con el sexo, dicha disposición es mucho más pudorosa y ferviente a la vez y no requiere que nos quitemos la ropa ni siquiera que nos toquemos eróticamente. Lo siento, Eros, pero no tiene que ver contigo el deseo del que hablo, por ahora.
Respira en mí un tejido viviente de cuerpos que sobrepasan mi conciencia, que no puedo entender del todo, y que en efecto me vuelven, a ratos, ajeno a mí mismo. Es una condición de la que reniego más de lo que debiera, porque mi yo obsesivo, voluntarioso como hasta hoy tan sólo he conocido en un par de locos más, no me deja la entrada libre para su total aceptación. Puedo ir caminando solo por las calles inmaculadas del centro de Guanajuato, con la mente clara en mi objetivo, ya sea llegar a Cafetal para una sesión del Laboratorio de Golfa, o pasar a retirar al cajero que de tiempo en tiempo no funciona cerca de mi casa, cuando de pronto el tejido viviente se paraliza ante la presencia de un alguien, hasta ese entonces inexistente, deseado.
Mis pupilas al instante se dilatan y mi discurso interno de voluntad se trastoca. Soy un perdido que no sabe, no puede saberlo, en dónde dejó la cabeza. A veces comienzo a tartamudear o como mínimo, si los astros me acompañan, mi voz se retuerce con ese alguien, que para entonces ya lo es todo. Quisiera que ese momento durara para siempre, que su presencia fuera una constante en mi vida, que no se fuera nunca de mi lado (inserte meme de novia psicópata), como un perrito que encuentra a su amo, como un náufrago incapaz de ser marinero que, por obra de un milagro, arriba a la costa después de un largo éxodo. Pero el encuentro es un engaño, porque la costa no es la costa, ni el amo es el amo.
El deseo nos hace ver cosas que no son, amigos. Se los dice alguien que desea incontrolablemente, y no sabe muy bien qué empero alcanza a reconocer que no se trata de una persona, hombre, mujer o indefinido, sino de algo inmaterial por excelencia, que se escapa constantemente a mi vista, a mí. Por eso resulta del todo absurdo mi empeño en permanecer con alguien, que al final de cuentas no es sino un medio para mí. Un medio como todo, para llegar a ese algo.
Que no se me malinterprete como un hombre frío, que de eso no tengo nada. Cuando digo que ese alguien es un medio para mí, no me refiero a cualquier alguien, sino a quien la vida misma me ha puesto en el camino, y por supuesto, también a quien le haya puesto mi presencia en el suyo. Sin consideramos la cantidad de personas que habitan este planeta, su número total es reducido. Tampoco quiero decir que un medio para cualquier cosa, sexo, bienes, trabajo, o lo que pudieran pensar. Lo que digo es que no espero que cumplan mi deseo, no les pongo esa responsabilidad sobre los hombros, en vez de ello quiero que sean tan libres como yo y puedan verme a mí también como un medio y no como un fin.
Lo que hasta ahora he pedido de los demás a mi alrededor, ser escuchado, comprendido, querido y amado, ha sido siempre bajo la estricta condición de que nazca de la libertad para ser generoso de cada uno. No me ha importado equivocarme en cuanto a confiar en los demás se refiere, porque sé que vale la pena arriesgarme a darlo todo, sin recibir nada a cambio. Por experiencia, pero también por una intuición primigenia que tiene su centro en la misma naturaleza del deseo.
No puedo desear sin ser deseado, a menos que no desea a alguien sino a algo. Si puedo desear algo, entonces algo me desea también. Inmaterial, incorpóreo y tal vez inexistente en la realidad, pero verdadero.