Lo absurdo de besar por Selhye Martínez

Hay un beso en el que reincido desde hace algunos años, siempre en diferentes labios. Le puse nombre la quinta vez que lo sentí y desde entonces llevo una lista de cada encuentro: fecha, hora y lugar anotados en la última página de mi libro favorito. Pero cuando te besé, me sorprendí pensando que jamás recordaría a que sabía aquel otro.

Me gustas porque disfrutas los domingos, casi tanto como lo hago yo. Te extiendes por la habitación en cuanto entras; los dedos de la mano derecha rozando la pared, la barbilla un poco levantada en tu intento de sostener el aliento, las rodillas separadas y una media sonrisa con los párpados cerrados. Suspiras como si hubieras dejado de respirar por minutos enteros o como si el oxígeno fuera algo nuevo para tu cuerpo.

Aquí el día lleva varias horas de retraso en comparación con la realidad que ocultan las persianas; podría apostar que el sol apenas comienza a asomarse, pero perdería terriblemente. Veo la hora y agradezco que sea domingo. Así que hundo la cara cerca del lunar que tienes en las costillas; me digo que el día no ha comenzado y sueño.

Ahí, en mi sueño, está la lista completa de aquel beso; cada rostro y par de ojos. Esperando, pacientes, a que recuerde cómo se sentía buscarlo y encontrarlo; perderlo y necesitarlo; rogarlo. Y entonces la mano en mi espalda, el sabor nuevo en los labios, la sensación de cuán absurdo fue ponerle nombre a algo que ya no existe y tal vez nunca existió.

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