Hace algún tiempo empecé a adaptarme a la idea, de que cada uno de nosotros somos una naranja entera; y que el jugo que hay dentro, está hecho de lo que nos alimentamos todos los días…
La creencia de que tenemos de una media naranja en alguna parte del mundo que vendrá a rellenar lo que nos falta, hace tiempo me pareció algo lógico, pero ahora es absurdo para mí, y no es que no crea en el amor, o que no ame a alguien, es solo que cuando hace tu introspección, caes en cuenta que solo te tienes a ti, no importan tus cientos de conocidos, familiares y amigos; al final te quedas tú, con tus virtudes, defectos, aceptaciones y traumas rodando en tu cabeza; aquí entra cuando respiras hondo y dices para ti: “me amo”.
Por supuesto que todos hablan de la maravilla del amor propio y la “romantización” de sentirte chingona cada día de tu vida, pero nadie te dice que es un proceso; no digo que el feeling de sentirte poderosa y fregona no sea bueno, porque ¿A quién no le gusta sentirse bien consigo mismo?, sin embargo, ¿cómo dejar de creer que somos la mitad, cuando nos lo han repetido durante nuestra existencia?
Nos enseñaron a no dejar las cosas a medias, es decir, a seguir el camino hasta concluir lo que iniciamos, como una clase de baile, una manualidad, una emoción o una relación; pero qué pasa cuando en lugar de bailar quieres cantar, practicar otro deporte, tocar un instrumento o en su caso, dejar ir a alguien porque no le quieres.
Crecemos en un ambiente en el que tirar la toalla es lo peor que puedes hacer porque el mundo no está hecho para los llamados “perdedores”, al grado en que cuando alguien inicia una actividad nueva o se muestra seguro ante una situación, el resto del mundo le llamamos raro porque tuvo la valía de dejar las cosas “a medias”.
Naces -en un ambiente desconocido-, creces -con ideas erróneas del éxito de acuerdo a lo que los demás esperan de ti o no pudieron ser pero quieren que tú lo seas-, te reproduces -en un mundo globalizado- y mueres –cuando ya no pudiste sobrevivir- así es la vida.
Se dice que el 80% del éxito en la edad adulta proviene de nuestra inteligencia emocional, es decir, de la capacidad que poseemos para tomar decisiones que nos ayudan a la resolución de conflictos con empatía, prudencia, paciencia y demás características que confundimos con ser demasiado “flexibles” en este país subestimado principalmente, por sus mismos habitantes.
En fin, ¿cómo me deconstruyo para quererme?, ¿cómo ser suficiente?, ¿suficiente para quién?, ¿para mí o para alguien más?, ¿cómo mido mi poder si nunca me he sentido extraordinaria?.
Hace unas semanas, leía un maravilloso libro que me dejó una frase marcada y que hoy quiero compartir contigo. Edith Eger, una sobreviviente del holocausto del régimen Nazi menciona en La Bailarina de Auschwitz, la frase, era la siguiente:
¿Me dan esos recuerdos una imagen de mi fortaleza?, ¿O de mis heridas? Tal vez la infancia sea el terreno en el que intentamos determinar cuánto importamos y cuánto no, un mapa en el que estudiamos las dimensiones y las fronteras de nuestra valía. Tal vez la vida sea un estudio de las cosas que no tenemos pero que nos gustaría no tener. Me llevó tres décadas descubrir que podía encarar mi vida con una pregunta diferente. No ¿por qué vivo?, sino ¿qué puedo hacer con la vida que he recibido?.
Después de este párrafo, vemos lo difícil que es lograr lo sustantivo del amor….(el propio).
El amor propio es una decisión de todos los días. Una decisión que te hace actuar en pro de tu bienestar. No basta con decirte todos los días “me amo”, sino que hay que actuar y llevar a cabo ese amor, y no, no es fácil, mucho menos cuando te rodeas de personas que están acostumbradas a ser medias naranjas, las que siguen hasta el final en lo que detestan, simplemente por no querer tirar la toalla a tiempo con respecto a lo que no se disfruta y no nos hace felices.
Te invito a que la próxima vez que te sientas como una “media naranja”, te hagas la misma pregunta que se hizo Edith Eger: ¿Qué puedo hacer con la vida que he recibido?, después mírate al espejo, ahí encontrarás la otra mitad de la naranja…