Los lugares que hablan Coco Márquez

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Hay historias por doquier a la espera de ser escuchadas, pero no nos son contadas a todos porque a cada cual le toca lo suyo, al ser parte de sus memorias (de otras vidas si quieren) y su cultura, o puede que por mera casualidad.

Esas narraciones cuentan las vidas de éste y otros mundos posibles, solo hay que prestar atención para poder escuchar las que nos corresponden, puesto que se revelan de maneras distintas: Unas son muy evidentes, llegando con la contundencia de un golpe, como epifanías; otras son más sutiles, paulatinas, como una muy suave llovizna de ideas que se va acumulando hasta mostrar el panorama completo.

Podemos tener una idea repentina y anotarla en un trozo de papel que esté a mano, o en alguna aplicación del teléfono que ya es casi una extensión de nosotros mismos; a lo mejor despertamos un día y recordamos un sueño rarísimo y a todo color que visualizamos como una película de Burton…

Tal vez, de plano, tenemos uno de esos días en que pareciera que nos llega un susurro, que a veces ni siquiera es un sonido, que nos exige atención, aunque más de alguna vez seguro que hacemos oídos sordos y nos cubrimos los ojos como si de esa forma fuera posible ignorar esas vocecillas que nos siguen, fingiendo que ni siquiera existen o que ha sido un pasajero momento de demencia.

Pero, aceptémoslo, probablemente más de alguno ha tenido uno de estos “lapsus” en que siente que algo o alguien le llama (y no, no es la virgen), no precisamente con una voz clara diciendo hola, evidentemente, sino con esa sensación apremiante para echar un segundo vistazo alrededor.

La cuestión es que una voz directa quizás nos lleva la sangre a los pies y terminemos corriendo a un psiquiátrico o pidiendo un cura, si conservamos la conciencia, claro; pero ese sentimiento profundo que nos parece ajeno, porque puede que lo sea, a lo mejor no asusta tanto; esa sensación de reconocimiento cuando llegamos a algún sitio rebosante de vidas (casi por casualidad, aunque realmente nos hayamos visto arrastrados hasta ahí sin opción alguna), más bien intriga.

Porque esas historias que están a la expectativa, muchas veces no se presentan de manera obvia, como si nos las fuera diciendo alguien en medio de una charla de ésas que se comen el tiempo antes de que uno se dé cuenta; más bien, son como una melodía que eriza la piel, una corriente de aire que se cuela por las rendijas y nos envuelve llevándonos a cada rincón de uno de esos lugares que tienen una fuerza magnética difícil de resistir.

En ocasiones, como si no tuviéramos voz ni voto en el asunto, sentimos este impulso inexplicable nacido en alguna parte a medio camino entre la curiosidad y ese algo extraño al que no podemos ponerle nombre, que nos lleva a hacer ciertas cosas, a escribir otras o a visitar lugares nuevos…

Y es justo esa comunicación especial la que nos tiene en medio de la sobremesa de hoy, ya que hay lugares que no solo tienen una fuerza de atracción seductora, sino que poseen su propia voz, su lenguaje particular, para hablarle a determinadas personas en el momento preciso, para contar las historias de esas vidas que han guardado.

Cuando se da el esperado encuentro entre uno de estos sitios y su persona elegida, el reconocimiento es instantáneo, aunque se vaya con cautela, casi con desconfianza, porque sencillamente debía suceder. No importa si es una cita fortuita o si hubo de por medio una de esas compulsiones extrañas, lo esencial es que finalmente todo se acomoda para que esas voces finalmente se hagan escuchar.

Así, un día, quizá decidas que necesitas hacer ese viaje que te rondaba la mente desde hace tiempo y cada pequeño detalle va ensamblando uno con otro como las piezas de una máquina bien calibrada, guiando cada uno de tus pasos de la manera correcta, aun cuando no lo parezca a la primera.

Tal vez no encuentras el autobús que habías planeado y eso te lleva a tomar otro con un destino diferente y al final coges un ferry rumbo a una pequeña isla en un día lluvioso en que pareciera que el viento te llevará volando a la menor oportunidad…

Puede que no alcances la combi del tour que habías consultado, por lo que terminas andando por estrechos caminos, cerca de la playa, que te llevan hasta un viejo cementerio cuyas tumbas y cruces celtas sobresalen entre la hierba altísima que se mece suavemente como si el viento que a ti casi te levanta, a ella solo la acariciara.

Sigues caminando y pasas por un pintoresco café con una excelente sopa de tomate donde te dan instrucciones para llegar a las ruinas de un antiguo fuerte en los acantilados (que, curiosamente, tiene libre acceso ese día) y, nada más saltar un viejo muro de piedra, sientes esa comunicación y reconocimiento con el lugar que pareciera gritarte una efusiva bienvenida.

Otro día, a lo mejor, vas andando por la misma calle de siempre rumbo al mercado para hacer tus compras y, entonces (porque ahora sí te tocaba) te detienes de golpe, como si hubieras chocado con un colchón de aire invisible, ante una vieja casa con un porche de madera y la pintura desconchada.

Sencillamente no puedes ignorar esos murmullos, el sentimiento de que tienes que acercarte, aunque se vea incluso algo tétrica, triste tras años de abandono y silencios en que nadie le prestó atención a esas anécdotas que necesitaba contar, esperando que alguien, por fin, se detuviera a mirar más allá de esa fachada decadente… a que la persona indicada se quedara a escuchar, tan solo un momento.

Y seguramente, terminarás volviendo, poniendo atención a las no palabras que siguen narrando todas esas vidas entre muros y hierbajos, porque es inevitable, porque cuando pasas por ahí necesitas acercarte, pasar tu mano sobre la pequeña portezuela de la cerca en una suerte de caricia para ese lugar que te habla muy a su manera, solo a ti.

Porque, de nuevo, estos sitios donde algunos terminamos como audiencia cautiva, a lo mejor no nos hablan con palabras a viva voz, pero sí que envían mensajes de esas historias que guardan para que, si algún día se pierden entre los años, como polvo, alguien más pueda seguir contándolas.

 

 

Coco Márquez vive en Guanajuato. Realizó estudios en comunicación, gastronomía y artes. Escritora, profesora y ávida lectora. Viajera y paseante. Amante de la historia, los misterios de la memoria, la magia y las largas conversaciones.

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