Estoy lejos de comenzar aquí una defensa de Bartlett como la hace Noroña, quien me merece respeto y admiración, pero quiero acercarme más a Maquiavelo en esta entrega. Decía un amigo que los tiempos cercanos y posteriores a las elecciones son “los tiempos de Maquiavelo”, yo le respondía, no mano, todo el tiempo son los tiempos de Maquiavelo. En realidad le dije que era una condición sempiterna pero no quise leerme petulante desde el primer párrafo.
En fin.
Si el entonces encargado de la CFE (la de elecciones, no la de la luz) tumbó “el sistema”, si se quebró intelectualmente al columnista más leído en su momento, si le hizo calzón chino al mismo AMLO evitando la efectividad del éxodo para tumbar a Madrazo… no sé, no hay modo de que alguien como yo, o que cualquier persona que escriba para ser leído, sepa con rigor científico tales cosas, más allá de los constructos del imaginario social alrededor del personaje.
Lo que sí queda de manifiesto es que el poblano tiene dos enormes tónicas en su desempeño político que engarza varias décadas, infinidad de cargos y misiones. Un currículum por cierto, que no se mide en cuartillas, sino en hectáreas, lo que da cuenta de un peso de boxeo que no debe perderse de vista pese a su avanzada edad.
La primera tónica es que es altamente efectivo cuidando los intereses de personas que no son él, concretamente, los del presidente en turno, y en ello se le va incluso arriesgar -y haber perdido- su imagen pública hasta hundirse en los abismos del imaginario mexicano. Con este comportamiento ha logrado sexenios de presidentes políticamente ilesos y además con efectividad en las tareas de cuanta cartera interna pasara por órdenes dadas a Don Manuel.
La segunda es que Bartlett es poco efectivo cuando de perseguir sus intereses se trata. Es decir, sus grandes cargos se los debe a lo primero, pero cuando ha buscado proezas sin la venia presidencial ha fracasado, hablamos del primer caso cuando gobernó Puebla. Hablamos del segundo cuando hasta en puebla perdió la interna por la candidatura a la Presidencia, ya con el presidente Zedillo en contra. Todo hay que decirlo, aunque sea poco efectivo nunca se va con las manos vacías.
Este tipo de individuo, súper efectivo para defender pero malo para atacar, es una tremenda inversión costo-beneficio, una ganga de verdad. Tener “un Bartlett” es un sueño para todo jefe de Estado. Tener “un Bartlett” al servicio de una agenda progresista debería estar siendo un sueño para la izquierda, pero no lo está siendo, todo lo contrario, y este es un momento donde la realidad le ofrece al Revolucionario de décadas o de medio lustro los ladrillos para construir la nueva ciudad, pero descubre que son ladrillos de la ciudad vieja y no le agrada, quiere ladrillos nuevos.
Dama, caballero lector, no hay ladrillos nuevos al inicio de un sexenio y, como en el ensamblado de un auto, tampoco pueden sobrar piezas porque corremos el grave peligro de chocar el país y morirnos todos.
Supongamos que Bartlett, que los últimos 10 años (no es mucho, pero para un octagenario es menos de lo que le queda de vida hoy) se la ha pasado defendiendo en las curules una serie de conceptos de nacionalismo ideológicamente cercanos a López Obrador… supongamos pues que no es puesto en la CFE (la de la luz, ahora sí), y en cambio es dejado sin cartera, es más, como bufan con espuma por la boca varias y varios, sin una mugre diputación. ¿Qué papel tomaría el de Puebla?
Sobre todo pensar en esto en momentos en los que el PRI está en periodo de reconstrucción, acéfalo, catatónico y más que menguado, y aunque Manuel B. ha atacado a priistas sin descanso, ninguno de ellos se atreve a verter tinta en su contra en ningún lado, sigue siendo una institución… Me da más miedo pensar en esto, un potencial freno enorme a la nación; que pensar en Bartlett sentado en el trono de los apagones. Su nombramiento puede ser una injusticia histórica, pero es un descanso que permite a morena ejercer su proyecto en paz y que además contribuye a mantener a la oposición del tamaño en el que ha quedado desde el resultado de las elecciones.
Del mismo modo que un libro no puede ser juzgado por su portada, un sexenio no puede ser juzgado por su gabinete a penas definido.
¿Manuel Bartlett es indefendible? Quizá. ¿Es indispensable? Sin duda, por el momento. ¿Por qué titulé así esta entrega? Para que lean.