Mudanzas Por José Luis Zorrilla

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Cada vez que me muevo de lugar para vivir recuerdo aquel poema de Morabito que habla sobre los pequeños clavos que dejamos en algún muro de ese hogar temporal del que nos despedimos. Aunque tenga la certeza de que el lugar al que me muevo es mejor o soy consciente de que tal vez el lugar del que marcho fue un infierno, hay un pesar que no puedo evitar. Un pequeño gesto de que el tiempo avanza. Cada cierto tiempo, debo cambiar la ventana donde reflexionaba el avance de mi edad, unas veces escuchando a Shakira, otras a Jeff Buckley o algunas a Intocable; como si la música marcara también alguna parte de mi vida. Recién acabo de mudarme y me causa extrañeza instalarme en el nuevo lugar, sin pensar que sólo estoy instalando recuerdos de otros lugares, en un sitio que indudablemente se convertirá en una memoria más.

No soy un tipo aferrado al pasado, pero no me queda duda de que este, bueno o malo, me incita a seguir avanzando, a no quedarme estancado. Aún recuerdo la cara de mi padre mientras me decía que él y mi abuelo padecían de extrañas depresiones, muchas de ellas ocasionadas por la nostalgia. A partir de ahí decidí no afligirme demasiado por el pasado, aunque las ausencias son muy dolorosas, y esas, una vez que llegan, siempre están presentes. En esencia, los humanos estamos en constante mudanza, de un día a otro, nosotros cambiamos y nuestra vida también. Pero hay cosas que una vez que llegan son inamovibles. Los que nos faltan ya no vuelven.

A veces llegas y buscas de inmediato por donde vas a salir, otras, sin pensarlo, se te olvidan estas precauciones y cuando recuerdas tienes que salir huyendo de un incendio. ¿A dónde te vas a dirigir una vez que salgas? ¿Me sirve de algo estar listo para irme sin tener idea de qué es lo que puede seguir?

Subía mis maletas al auto mientras recordaba Media Noche en París. Al final, después de que el protagonista entiende que no puede vivir en el pasado, termina mudándose. Acepta que su vida tiene que cambiar. Mentiría si digo que siempre lo acepto. Aunque avance y no tenga esa idea que el pasado fue un tiempo mejor, no significa que me pueda desprender facilemente de esa parte de mi vida, incluso estoy convencido de que no tengo porqué hacerlo, sólo que todavía no he llegado a ese nuevo sitio que me permita comprender cómo equilibrar esa parte de mi vida. Hay gente que dice que al pasado no hay que voltear ni para agarrar vuelo. Pero me sería imposible entenderme a mí y a mis compañeros de vida como sujetos cambiantes si no tuvieramos un pasado. Jay Gatsby, por ejemplo, buscaba en las reminiscencias de su pasado, una luz que se convierto en su sueño y lo motivó para seguir avanzando. Es cierto que el vivía aferrado a una idea del pasado, pero de cualquier forma eso hizo que su vida se moviera, aunque ese clavo que nunca pudo quitar, lo destruyó al final.

Supongo que debería cerrar el texto con alguna reflexión importante sobre el pasado y esas cosas que vende la autoayuda, pero no la tengo. No sé cómo sentirme al respecto. Sé lo que hice y lo que haré después. Pero vivimos en una linea, en la que no podemos vislumbrar el final, y en la cual no hemos podido reconocer por completo qué ha sido lo más importante de lo que hemos recorrido. No sabemos qué de las cosas que dejamos perdidas en la mudanza pueda servirnos más adelante. La verdad, ni siquiera entiendo lo que es mi presente.

 

José Luis Zorrilla Sánchez, @JoseLZorrillaS (1997, Irapuato); es un estudiante medio flojo de la licenciatura en Letras Españolas por parte de la UG. De revoltoso corazón y espíritu greñudo, ha pasado por las antologías «Circulos de Agua» y «Las Avenidas del Cielo» y como becario del sistema INTERFAZ y del Seminario Para Las Letras Guanajuatenses. Después de viajes escribiendo en alocados OXXO’s y pelearse la cabellera contra la terrible página en blanco, trata de sobrevivir la cuarentena escribiendo reflexiones x y escuchando a otros en su podcast La Pipa de Chihiro

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