¡Ya no queda nada!… Nada de adioses, de días y de noches. Nada de sueños y de recovecos ocultos, simplemente no queda nada. Mera banalidad supongo es, sin duda la Nada. ¿Vemos los abismos o ellos nos ven a nosotros?
Que vanas y míseras son las palabras; cuántas veces se ha dicho “Paz” y todavía veo morir a mis hermanos atravesados por las balas; cuántas veces se ha dicho “Amor” y todavía veo el látigo del amo azotando al esclavo.
Es que se han dicho tantas cosas y tantas palabras hermosas han sido recitadas por los poetas que, a pesar de los discursos pronunciados, el caos en el mundo prosigue y se extiende como un cáncer infeccioso.
¡Nada! No queda nada… sólo este gran vacío que dejaste, esta ausencia de color que lo inunda todo… este negro desprovisto de forma y contorsión, que cubre todo cuanto existe… y estas palabras muertas, ¡Mutiladas! que se han visto derrumbadas al no encontrar donde refugiarse.
¿A qué se debe este complot universal que hace a los seres miserables? Este circo, maroma y teatro, estas ansias de ser y no ser, este anhelo de luz y de sombra, esta vida que te absorbe y te consume en un eterno devenir, esta muerte…. un resultado fatal de las palabras que cargamos y no decimos, de la pesada carga de no ser quien se es.
Y la Nada, esta nada que se exalta como un Dios, como motor de todas las cosas, como supremo jerarca del infortunio y la complacencia de los hombres, esta Nada… tan profunda y tormentosa, se asoma por doquier y grita tu nombre.