“Si nos movemos con la suficiente rapidez y no nos detenemos a mirar atrás para hacer un recuento de las ganancias y las pérdidas, podemos seguir apiñando aún más vidas en el espacio temporal de una vida mortal”.
Zygmunt Bauman.
Hemos sido alcanzados por una brutal confrontación de ideas antagónicas. En un mundo en el que la opinión de todos puede ser escuchada y difundida, de manera irónica las opciones se acotan: estás a favor o en contra de la tauromaquia, de la ingesta de carne, del consumo de marihuana, del aborto, de que las personas del mismo sexo decidan unirse en una sociedad, etc. Pareciera que los tiempos modernos nos exigen adoptar una postura rígida y férrea acerca de temas en los que ninguna de las dos partes tiene la verdad absoluta.
No creo en la reencarnación, pero en caso de que exista, viene acompañada de una terrible amnesia, la cual provoca que me sea imposible identificar si los sucesos actuales se vivieron con mayor o menor intensidad en alguna de mis supuestas vidas pasadas. A pesar de que la historia moderna cuenta con importantes lecciones acerca de la gestación de cambios de gran trascendencia en la sociedad, jamás será lo mismo estudiarlos que vivirlos en carne propia.
Sin juzgar la idea paranormal del párrafo anterior, imaginemos por un momento que vivimos en los Estados Unidos de América y el año es 1810, somos negros y por obvias razones, víctimas de la esclavitud. Después de ser azotados por no trabajar de manera extenuante e ininterrumpida, lo primero que nos cuestionaríamos sería: si se ven tan tiernas e indefensas ¿Cómo es posible que personas blancas, adineradas y de edad avanzada tengan la osadía de cuestionar lo evidente? ¿cómo es posible que no se puedan dar cuenta que el estatus de persona no tiene nada que ver con nuestro color de piel?
A más de doscientos años de distancia, y de vuelta a esta edición convulsa de nuestras muchas vidas, nos parece inverosímil que una persona de color en los Estados Unidos sufra algún tipo de discriminación, sin que haya de inmediato una condena o castigo para quien lo realice. Lo anterior no quiere decir que todas las prácticas racistas se hayan extinguido, o que el camino para lograr la igualdad sea liso y sin pendientes, pero decir que se vive en las mismas condiciones de discriminación, es falaz. A mi “yo” de color no le tocó disfrutar del respeto a los derechos fundamentales, y eso es porque quien encarnó a mi “dueño”, se resistía a la idea del cambio, y para cuando el cambio llegó, ambos estábamos en un cuerpo diferente; quizá en esta versión de nuestras vidas, él era una mujer queriendo votar y yo un político varón que nunca se lo permitió…y eso también ya cambió.
La nota del día la da Juan Dabdoub, el presidente del Consejo Mexicano de la Familia, quién, al ser increpado durante una entrevista por una mujer, este responde tapándole la boca. La agresión es obvia y evidente, desde mi punto de vista, por parte de ambos, y en un mayor grado por parte del señor Dabdoub, quien embiste de manera física. Por cierto, este peculiar personaje es blanco, viejo y adinerado, justo como los esclavistas que me tundieron hace siglos.
Es importante señalar que el Consejo Mexicano de la Familia es una asociación conservadora que pretende, entre otras cosas, defender la idea de que la familia está compuesta por papá, mamá e hijos. Esta idea se vincula fuertemente con la concepción católica de que los hombres y las mujeres no sienten tracción física por alguien que no es su pareja, y que los homosexuales padecen una especie de trastorno mental, el cual, por cierto, puede ser curable.
Todos sabemos que ese tipo de familias “tradicionales” no son la mayoría y las que existen bajo ese esquema difícilmente tienen continuidad. Los factores probablemente sean muchos y muy diversos, pero el más contundente es que los tiempos cambian y nuestras sociedades evolucionan. Quienes defendemos las ideas de respeto y pluralidad, debemos entender que no todas las personas van a ver con buenos ojos un cambio trascendental en su entorno; es como una extraña, pero comprensible, especie de nostalgia.
Es absurdo pedirles a las personas de edad que tengan una postura total y completamente abierta ante la nueva realidad del mundo que los rodea. En lo personal, me cuesta muchísimo trabajo explicarle a mi mamá que no quiero casarme ni tener hijos, y que así soy feliz. Lo anterior no quiere decir que tenga derecho a increparla y ridiculizarla cada que diga con anhelo que le gustaría tener más nietos. Pidamos respeto otorgándolo, entendamos que no es culpa de la gente de edad el sentirse excluidos en un mundo que cambia de manera vertiginosa, y si queremos confrontación, hagámosla argumentando a los jóvenes que piensan como viejos, aquellos que dejan de lado la razón y se dejan seducir por peligrosos dogmas.