Oculi: cinco por Luz Atenas Méndez Mendoza

Siento que la cabeza me duele de sobremanera. Tal vez, sólo tal vez, si hubiera estado ahí para decidirlo, nada de esto habría sucedido; siento que todo ahora ocurre sin que yo tenga voz ni voto, y mientras me preocupo por ella, sólo puedo pensar en la otra noche, aquella que nos fugamos a La Latina para ver el ambiente nocturno. Jamás debí haberla seguido, y ahora lo comprendo a la perfección.

 

Ellos son asesinos perfectos, el más grande y magnífico podría decirse que es Daniel. A él le importa poco lo que pase, con tal de que pueda seguirse alimentando. Me he convertido en algo muy cercano a él y, a la vez, espero estar demasiado lejos para poder distinguirme de esos horripilantes seres que rondan el departamento cada día. Creo que podría escaparme de ellos, salir de esta prisión y regresar a ella, a Julia.

 

Me he levantado de la cama y sólo puedo atinar a ver cómo se cuela el sol por la ventana, como si lo hubieran puesto de una manera estratégica para que llegara a mí; eso solamente indicaba una cosa: estaba oscureciendo. A esta hora, algunas veces, yo ya estaba despierto y mientras me había ido adaptando a la idea de mí, había puesto atención en lo que sucedía alrededor de mí. No faltaba mucho para que despertaran los demás, si es que lo iban a hacer, o al menos si es que estaban ahí en esos momentos.

 

Camino hacia la puerta de la habitación, pegando la oreja a su fría estructura e intentando escuchar algo, pero nada surge, nada resalta de aquél lugar sepulcral. Me confío y tomo mis tenis, me los pongo lo más rápido que puedo y tomo la cartera, la cual reviso y noto que apenas y tengo lo de un pasaje, pero creo que podría convencer a alguien o usar la fuerza para poder lograr algo, en caso de ser necesario. Tal vez me ponga fuera de unos Montaditos, así agarro algo ya un poco dispuesto a perder algo de dinero, pero ya veré.

 

Abro la puerta y en seguida doblo a la izquierda, dando unos cuantos pasos y llegando a la entrada del departamento. No se escucha nada, así que me confío y abro la puerta para salir y cerrarla tras de mí. Los vecinos ni se inmutan, ¿qué carajos les va a estar importando un departamento de puros varones? Cuando ven a alguna chica apenas y eso disipa un poco el rumor de que seamos gays.

 

De nuevo a la izquierda, a unos diez pasos está la puerta del edificio. A través de los ventanales de ésta puedo observar cómo una joven abre la puerta de la casa de citas, aquella a la cual Julia fue a dejar a su amigo para la noche de despedida de soltero, la noche que la conocí y que, sin importar ese pequeño punto en común, terminé viéndola por primera vez a unos kilómetros al sur. Tomo el pomo de la puerta y la abro, dejando que el sol me llene con su calor, sin pensar en lo que eso me traería. En seguida emito un grito de dolor, pero no me estaba quemando, sino que apenas y mi piel se pone roja; aprovecho eso para correr a la acera contraria, quedando a un lado del cliente que estaba recibiendo la joven, ambos me miran con extrañeza.

 

—Soy fotosensible— comento, alzando una mano y señalando al sol, ante lo cual ambos solamente sueltan un leve “ah” y el señor se introduce en la casa.

 

La chica permite que el señor, de quizás unos cuarenta y cinco años, quede en el anonimato, y luego vuelve a verme; sus rasgos son muy lindos, ahora que la veo con atención: su nariz es respingada, sus ojos son de un tamaño normal, ni muy grandes ni muy chicos, pero sus pestañas son largas y rizadas. Su boca es ancha, pero pequeña, y sus pómulos hacen que su cabeza tenga una forma muy singular.

 

—¿Buscas a tus amigos?— me pregunta con tranquilidad.

—Un poco, sí y no— comento, asintiendo con la cabeza y metiendo las manos a los bolsillos del pantalón. Apenas y noto que sus ojos son color miel, y no de un café normal como hubiera pensado.

—Desde esta mañana que se fueron, no los he visto— se encoge de hombros mientras yo siento una pequeña punzada en el corazón, o al menos donde creo que queda el mío —. Sacaron maletas enormes, al menos cada uno llevaba dos. Pero eso ya fue en la madrugada, tal vez olvidaron decirte algo— pone su mano en el marco de la puerta, dando un paso al interior.

 

Sé que me indica que la deje entrar; es inseguro para ella pasar más de dos minutos en el marco de la puerta, y más sola, pero no puedo evitar tomarla del brazo y dar un paso hacia ella. No sé si nota que mi mano es más fría de lo normal o si acaso le interesa, pero pone su mirada en la mía y me mira con duda, esperando mis siguientes palabras.

 

—Espera— digo mientras busco en los bolsillos de la sudadera algo, atinando a encontrar el móvil, y se lo paso en seguida —, si pudieras anotar tu número y marcar. Así tendrás el mío. Y si alguna vez sabes que regresan, te agradecería que hicieras una llamada o me enviaras un mensaje, ¿te molesta?

 

Ella niega con la cabeza, toma el móvil con ambas manos y escucho que en su bolsillo suenan unas campanitas; cuelga y me regresa el móvil.

 

—Soy Astrid, por cierto— dice, entrando en la casa y cerrando la puerta.

 

Apenas y me ha dejado con mi nombre en la boca, pero no puedo tocar para decirlo porque tendría que pagar por una de ellas y no tengo idea de qué hacer, ni siquiera de a dónde ir. No tengo llaves, pero recuerdo que Daniel dejaba un juego en la maceta de una vecina y espero un poco a que baje el sol, así como a que llegue alguien al edificio. Al final de la calle, por la tienda de los chinos, alcanzo a distinguir a un joven adolescente; acaso tendrá pocos años menos que yo. Sé que me reconoce y atina a abrir la puerta del edificio y a darme el tiempo suficiente para entrar. No pregunta, no mira, no pone atención y no quiere saber nada; creo recordar que he escuchado a su madre gritarle un par de veces y sé que él, como ahora, sólo se pone los audífonos e ignora al mundo.

 

—Por eso los matan, chaval— comento por lo bajo, pero compruebo con eso que no me presta atención.

 

Despreocupadamente camino hacia donde la vecina y agarro la llave extra: apenas me lleno de tierra las yemas de los dedos pero creo que me he traído un inquilino extraño, una pequeña araña, la cual vuelvo a dejar en la maceta. La miro con cuidado mientras se vuelve a esconder entre las hojas de la maceta y luego regreso a la puerta del departamento.

 

Si es cierto lo que Astrid dijo, el departamento debe estar vacío, pero eso me deja más dudas que respuestas.

 

Abro la puerta y me asomo de un lado a otro: vuelvo a mi cuarto y no encuentro nada, luego voy al baño y a la cocina y no encuentro nada; apenas y han dejado las cosas como si fueran a regresar, pero huele a limpieza, no como días anteriores que parecía rastro. Bajo al sótano y los cuartos están igual: vacíos. Las camas están hechas y las sábanas limpias, esperando a que venga alguien más, quizás.

 

Internamente me invade la duda: ¿a dónde demonios han ido, y por qué?

 

Recuerdo a Julia, siendo detenida por el hombre del sótano, mientras Daniel se acercaba a mí y tomaba mi barbilla con los dedos de su mano diestra. Su rodilla apenas y tocó el suelo cuando le lancé un escupitajo, haciendo que automáticamente cerrara los ojos y se limpiara con l manga de su camisa.

 

Prendo la luz del cuarto al final del pasillo, en el sótano, y encuentro que está limpio: las paredes han sido lavadas, la alfombra igual, ¿cómo mierda lo han logrado? Apenas he estado inconsciente un día, no podrán haber hecho nada sin que yo hubiera escuchado, ¿cierto? A menos claro de que lo hubieran hecho poco a poco…

 

Me llevo la mano a la cabeza, poniendo el pulgar en la sien y presionando, esperando a que el dolor se vaya, sin éxito.

 

Julia gritaba muy fuerte; estaba despeinada ya, luego de agitarse tanto. Daniel solamente sonreía y me decía que era un imbécil, que cómo había podido pensar en eso. Creo que, en algún momento de la noche, le preguntó si sabía qué era yo, y Julia lo miró con miedo. No sé qué hizo para que lo viera con miedo, pero no es solamente una idea que me hago mientras regreso sobre mis pasos y subo las escaleras: sé que lo miró con miedo.

 

Después de eso, nada. Apenas y sentí el golpe en la cabeza y miré hacia Julia, a quien románticamente pondré como una mujer que gritó “¡No!” en cuanto me vio caer, sin tener la certeza de que lo haya hecho. Es solo que eso me reconforta ahora que me siento a pensar en qué haré mientras fumo un cigarrillo, sin importarme mucho dónde caiga la ceniza.

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