Su espíritu femenino tan ligero al contacto con la aspereza de mis manos, corroídas por el aceite de aquéllos óleos usados en la vieja escuela.
Sus ojos delineados por una juventud encapsulada por un dolor mental, que nadie percata.
Su cuerpo limpio y delgado bajo las sábanas tibias que ambos ocupábamos. Su cabello lacio; las uñas siempre tan bien cortadas, excepto cuando dedica meses a la pintura.
La piel reseca, después de estar expuesta al aceite de linaza mezclado en aguarrás.
La piel suave después de una ducha juntos y el jabón de avena.
Sus pies fríos y las piernas acalambradas después de sostener mi cuerpo lánguido en un orgasmo.
Abrazos cálidos que descubrieron la carne, corroída por la tristeza, y la ira.
Las clavículas bien marcadas, una sombra delineándolas.
El tórax dañado por el alcohol tragado hace años, sofocado al detener un poco de aire canábico que exhalo.
La curva de su espalda inclinada, justo en el instante del beso entre las piernas.
La líneas expresivas de sus párpados tan parecidos a los pliegues de las flores que están a punto de marchitarse.
Las líneas de sus dedos cuando expandía trazos infernales sobre las hojas en blanco.
Línea azul en el meridiano, línea roja en el sur
Extensión del horizonte en su chakra número cuatro.