Juventud ingenua la mía,
alquile mi libertad por un trabajo
y empeñé mi salud para poder sobrevivir.
Sin darme cuenta, el tiempo
se me ha escapado de las manos
como una hemorragia en el tórax
de origen punzocortánte.
Ahora, podría decir a quién quiero
para un buen sexo los findes,
pero me basta y me sobra
tener con quién discutir los miércoles
porque no ya no hay
para el desayuno, el almuerzo y la cena.
O que quiero, por ejemplo,
que mi médico de cabecera
crezca despacio para que sus besos
no pierdan la magia de curarme del miedo,
y que mi mano izquierda
no tenga nunca la suficiente fuerza
para alcanzar el cajón que guarda los barbitúricos
después del último lapso de parálisis.