Me he despertado de un sueño aterrador, miro alrededor y estás tú, siento náuseas al verte y tengo que pararme de golpe, la cabeza me da vueltas, el perro me olfatea, soy una extraña para él y para ti. Veo la que alguna vez fue nuestra vajilla, está rota. De la menta que te regalé solo queda una pequeña ramita seca y amarillenta ¿quién carajo regala plantas? pensé, pero mi madre insistió en que era un buen detalle, por supuesto que lo odiaste. Me siento frente al televisor, con las piernas desnudas, traigo puesto ese suéter que tanto te gusta, que deja ver mis hombros luminosos. Tu casa siempre fue helada y oscura, nunca te lo dije pero la odiaba, aborrecía las tazas negras, por eso no tomaba café, odiaba que no hubiera agua caliente y lloraba todos los días por tu ausencia, aunque estuvieras junto a mí, no importaba.
Cierro los ojos y me acuerdo de ese río inmenso, lleno de luz, del pinche frío y de nuestra plática, me dijiste que estabas enamorado de alguien, que estabas feliz, pero cogimos dos días después, ahora lo pienso y me alegra saber que no estabas mínimamente cuerdo. Lo que te tengo que aplaudir es tu forma tan inteligente de darme en la madre, eso sí, fue el 31 de diciembre más jodido de toda mi existencia.
Abro los ojos y te veo en el marco de la puerta, no me das los buenos días, sacas la leche del refrigerador y le das un trago, no sabes lo que detestaba que hicieras eso, ese fue tu desayuno el mío como de costumbre fue un vaso de agua, ya más tarde me daría hambre. Alguna vez tu casa me gustó, teníamos un cachorro y pensamos en detener el tiempo y quedarnos flotando, abrazados, con mi cabeza recostada en tu hombro. Ese día entendí por qué estaba ahí , sabía que estábamos hechos para destruirnos y aún sabiendo eso me tenías ahí, tratando de recuperar lo perdido, tratando de hacerte recordar por qué estábamos juntos. Prefiero volver a dormirme y soñar con animales de tres cabezas, con la destrucción, con el fuego persiguiéndome, prefiero estar sola en medio de la noche con un extraño persiguiéndome y respirándome en la nuca y saber que no vendrás a salvarme, prefiero ver los ojos rojos y luminosos de una bestia a volver a despertarme contigo en una casa que nunca fue de los dos.