He reestructurado esta columna no menos de cinco veces. La cantidad de información que circula en redes sociales simple y sencillamente no tiene precedentes. Cuando creo haber concretado el desarrollo de una idea, dicho planteamiento ya se vio rebasado por un posicionamiento o una acción en un sentido totalmente diferente, ya sea por un hecho verídico, o por la ridícula y exorbitante difusión de noticias falsas.
Todo México se estremeció con las catástrofes naturales recientes. De manera increíble, exactamente 32 años después del sismo de 1985, los estados de Oaxaca, Puebla, Chiapas, Morelos y la Ciudad de México padecen una tragedia que, pese a la solidaridad de millones de personas, dejará marcas imborrables para quienes perdieron a un ser querido, o quienes se quedaron en la calle al tiempo que ven perdido entre los escombros todo lo que tenían… pero como dicen por ahí: después de un sismo, las réplicas más fuertes, son las políticas.
Me intriga, pero no me extraña que, pese a la voluntad mostrada por los partidos políticos, la gente sigue molesta. Es como sí la impotencia y frustración provocada por el sismo solo pueda ser liberada con odio y repudio a las instituciones, eso sí, no a todas, porque los presupuestos inflados de los Organismos Constitucionales Autónomos, o del Poder Judicial de la Federación, solo por mencionar algunos, no han sido ubicados en el radar de la indignación. La consigna es acabar con los partidos, pulverizarlos y erosionar a la clase política que, ciertamente, le ha fallado a la sociedad.
Todos los partidos han respondido al clamor popular y han buscado mostrar su solidaridad para con los damnificados. Unos renunciaron a sus recursos de inmediato, otros proponen ayudar el año que viene, y algunos han mostrado mayor oportunismo que otros, al ofrecer propuestas que, de aplicarse, tendrían validez hasta dentro de tres años. Los porcentajes y montos no importan, el punto medular de los embates mediáticos tiene que ver con el hecho de que los partidos políticos cuestan mucho y la organización de las elecciones representa un gasto obsceno.
Es desafortunado que tuviera que ocurrir una tragedia de esta magnitud para que el sentido común llegara a las más altas esferas de la clase política. Para quienes somos jóvenes y militamos en un partido, nos resultaba increíble que durante años se hiciera caso omiso al hartazgo de la ciudadanía, afortunadamente ya hubo una reacción, pero ahora la cuestión está en la forma y no en el fondo.
Y es que no, retirar la totalidad del financiamiento público a los institutos políticos no es una solución, tampoco el terminar con la totalidad de la representación proporcional, y mucho menos extinguir a los partidos políticos: todas las democracias consolidadas, cuentan con partidos fortalecidos, que no es lo mismo que partidos ricos y derrochadores. Existe una lógica para que los partidos políticos cuenten con recursos, es un hecho que son excesivos los que actualmente se asignan, pero con una cultura democrática tan endeble y precaria como la nuestra, estamos abriendo una puerta muy peligrosa al permitir que el financiamiento provenga exclusivamente de empresas y personas físicas.
Por un lado, se perfila la eliminación de la pluralidad partidista, la cual, si bien se ha pervertido con la multi-militancia de decenas de políticos “chapulines”, es necesaria, y lo es porque todas las ideas e ideologías suficientemente respaldadas, deben asegurar su expresión y participación en la toma de decisiones. En segundo lugar, es importante referir que los procesos electorales se convertirán en un juego de apuestas entre los grandes capitales. Quizá puedan establecerse topes de recaudación, pero los empresarios depositarán su confianza y recursos únicamente en aquellas opciones y candidatos que tengan más posibilidades de obtener la victoria: vamos caminando a un bipartidismo basado en el capital.
La cereza del pastel es la propuesta del Partido Verde, que quiere que se elimine la asignación de tiempos oficiales en radio y televisión, y se vuelva a instaurar la compra y venta de espacios publicitarios para partidos…eso sí, con dinero de particulares. Las pasadas reformas estructurales le pegaron y muy duro a los grandes capitales del sector de las telecomunicaciones, y ahora, apoyados en las demandas de los ciudadanos, están encontrando la forma de reponerse a las pérdidas que han sufrido en sus ganancias.
Y es que el problema es que la gente no entiende que en el sistema político no todo se puede medir en pesos. Estamos en un punto de inflexión, en un momento coyuntural en el que no hay cabida para protagonismos, la tragedia intensificó la sensibilidad y enojo, y dichos sentimientos deben ser correspondidas con mesura, congruencia y una reacción que, si bien debe ser inmediata, no puede ser populista y demagógica. La prioridad debe ser la reconstrucción de lo destruido, pero si además de las ruinas de los edificios llevamos a las ruinas el marco normativo del sistema político electoral, para luego volver a edificarlo en 3 meses, no habremos entendido que los políticos son, en cierta medida, el reflejo de nuestra sociedad y que gran parte de nuestro problema es cultural.
En pocas palabras: lo que necesitamos es que la actitud solidaria y fraterna mostrada en estos últimos días por la gran mayoría de los mexicanos (participen o no en la política), se haga presente los 365 días del año.