– ¡Cuéntame que fue lo que sucedió! ¡dime que fue lo que hiciste para que ahora estés sufriendo tanto! Tú no tienes derecho a entrar a la vida de los demás sólo para marcarlos de esa manera, menos a mí que he confiado tanto en ti…
La mirada de Jorge era distinta, y era de entenderse, nunca se había sentido tan defraudado y esa decepción, se convirtió en cólera. No podía separar la vista de los ojos avergonzados de Alejandro, aquel a quien pensaba conocer hasta lo más mínimo, a quien pensaba, podía confiar su vida sin temor a nada.
Llega el momento en la vida de toda persona, en el que se deben afrontar retos que nunca pensamos podrían presentarse, retos que nos ponen a prueba y que requieren de nuestra mayor fortaleza. Era lo único que podía pensar Jorge, tratando inútilmente de controlar su enojo.
– Sabes que confío en ti, sabes que eres la única persona que puede influir en mí, en toda mi vida… Nunca te quise ocultar nada, sin embargo, todo en un momento llegó a su límite y no lo pude contener, me derrumbe y no pude más conmigo…
Fue todo lo que pudo salir del pecho de Alejandro en forma de palabras, si es que a eso se podían llamar palabras, apenas y se le escuchaba, el aire en sus pulmones no era el suficiente para que aquello llegara a ser un dialogo.
Fueron muchos años en los que él pretendió ser alguien normal, intentando día a día ocultar todas sus frustraciones, sus miedos y sus complejos, aparentando estar bien, aparentando ser feliz.
Fue entonces cuando Jorge se dio cuenta, algo andaba mal… y decidió encararlo.
A cada palabra que entablaba con Alejandro iba descubriendo algo más, algo que él pensaba no estaba ahí, cosas que lo dañaban porque todo el tiempo pensó que todo estaba en orden, cosas que el propio Alejandro nunca fue capaz de decir.
– ¿Por qué nunca hablaste? ¿Por qué me ocultabas tantas cosas? ¿acaso perdiste la confianza? – eran preguntas que Jorge hacía, pero que Alejandro no podía contestar, por vergüenza, incluso por su propia necesidad de no sentir dolor, por miedo.
– ¡Fueron muchas cosas las que dejamos pasar, muchas oportunidades, muchas experiencias, y todo por tu incapacidad de tomar una decisión, todo por esa maldita costumbre de callar lo que quieres! – dijo Jorge en tono enérgico y sorprendido.
– No me culpes a mí, no sólo a mi… tu querías aparentar estar bien con los demás, tu querías hacerle ver a la gente que coincidías con ellos, aunque no fuera así, tu a todos quieres complacer, y por eso, por eso yo simplemente callaba, por eso yo tenía que dejar lo mío para después, o para nunca…
Fue en ese instante cuando Alejandro pudo levantar la cara, hacer frente a esa otra persona que le reprochaba y sólo le hacía ver los errores. Fue entonces cuando comenzó a entender. Fue justo en ese momento cuando de verdad abrió los ojos.
Ambos tenían razón, pero también, ambos sabían que estaban equivocados, que no eran perfectos, pero que tampoco eran un puñado de desgracias y errores. Una verdad difícil de asimilar pero necesaria para seguir viviendo.
– Sólo quiero que esto termine, o hablas o callamos los dos, de otra manera, esto no tiene sentido, o cambia o esto tiene que acabar… ¿para qué seguir aquí? Tienes que decidir, o ser tú, o no ser nadie, pero ya es tiempo que dejes de sufrir y de paso, dejes de hacerme sufrir – dijo Jorge en un tomo más sereno.
Alejandro no le quitaba la vista de encima, los roles habían cambiado, ahora era él quien tenía más reproches que argumentos. Con lo que no contaba, es que aquello, en lugar de un acuerdo, se estaba convirtiendo en una bola de nieve, y estaba por aplastarlo.
– Esto nunca acabará y lo sabes, por lo menos no de la manera en la que tú lo sugieres…
Alejandro trato de encontrar un argumento con el cual tener la razón, pero nada bastaba.
– ¡yo no sugiero nada! eres tu quien lo está haciendo, con esa actitud y tu afán de guardarte todo. Debes entender que si hacemos algo es por los dos, es porque en realidad quiero que estés bien y que vivas la vida que tanto anhelas, esa con la que sueñas cada vez que cierras los ojos.
El argumento de Jorge dejó helado a Alejandro, una pregunta pasó por su mente. ¿En verdad habría valido la pena haber callado tanto tiempo? El haber sacrificado sus propios intereses y sus gustos sólo por llevar la fiesta en paz, no era algo que ahora considerara coherente.
– ¡Entonces mandemos todo al carajo! ¿eso es lo que quieres? Tanto lo que tú tanto deseas, como lo que yo necesito… A final de cuentas, nada te basta, nunca nada es suficiente, entonces, llevemos esto de forma distinta a tu gusto, a tu modo…
El comentario hizo enfurecer de nuevo a Jorge. Alejandro era incapaz de comprender que sólo era cuestión de ordenar sus prioridades, de saber que contaba con el apoyo necesario para lograr ser pleno, sin necesidad de aparentar nada ni ponerse máscaras que sólo satisfacían a los demás.
– Esto no nos va a llevar a ningún lugar, no vamos a conseguir nada si no lo tomamos con la madurez que merece, pero sobre todo, no llegaremos a nada si tú no lo decides.
Dijo Jorge de cara a Alejandro, casi tocando su frente, retándolo, tratando de encender en él, el coraje que hacía falta para explotar…
Sin saber qué hacer, Alejandro lanzo un golpe directo al rostro de Jorge…
Entonces, el espejo se rompió y Jorge Alejandro, con la mano sangrando por los cristales incrustados en su piel, sólo decidió continuar, con aquellos dos personajes aún en su mente, tratando de ponerse deacuerdo sobre cómo seguir sobreviviendo…