Rutas de escape por Manuel Roberto Ruvalcaba Rivera

Todos, sin lugar a dudas, en un momento dado, hemos practicado la llamativa profesión de escapista; en mayor o menor grado, hemos logrado salir avante, extirparnos de una situación, huir de un espacio real o imaginario.

Huir, partir, fugarse, evadirse, retirarse, alejarse… ya no estar en el mismo sitio, lugar o presencia de una manera rápida, sea ésta de manera violenta o persuasiva, por convicción o necesidad, por voluntad propia o ajena, sea cual fuere el motivo, circunstancia o razón, el hecho de la acción, lleva siempre al mismo sitio a donde acuden todos los que escapan: “al ensimismamiento” porque luego de escapar, siempre quedará la quejumbrosa voz de la conciencia, de la que seguramente pocos escapan, excepto por aquellos limitados de sus facultades mentales, quienes viven de su “lo cura”.

De dónde surgen las ideas para un escape, cómo se traza una ruta, creo yo, algunas fluyen de manera involuntaria tal y como sucede con las cosas viejas que se desechan, o los espacios que se usaron y huyen a otra parte en nuestra inconsciencia hacía un lugar incomprensible, invisible a los ojos humanos… hasta que, sin darnos cuenta, ya no están.

Igual nos pasa con las personas, huyen de nosotros y viceversa, a veces el juego es complicado y el rol se cambia sin percibirlo (el que escapa y de quien se escapa) lo más paradójico es convertirnos en perseguidores de nuestro propio escape, como suele suceder algunas veces, como ya he dicho, sin darnos cuenta. Ahí tenemos a los secuestrados que logran escapar de su cautiverio sea por que pagaron rescate, o porque a sus captores no les parecía provechoso el mantenerlos encerrados (de los que logran escapar por la vía del asesinato, no nos ocuparemos) luego estas víctimas persiguen incansablemente los hechos de su cautiverio, solo ellos saben con qué fin y cuando menos lo piensan ya están otra vez presos. Igual sucede con las personas afectas a cualquier adicción; sexo, drogas, comida, dinero y otras tantas diabluras que luego de placenteras se tornan insoportablemente tortuosas; cuando el adicto logra escapar después de ciertas piruetas psicológicas, se encuentra entonces atrapado por su estado de conciencia donde busca incansablemente una ocupación mental que le permita seguir libre de aquella espiral de consecuencias, entonces nuevamente está atrapado, ahora por la obsesión de no regresar a los mismos patrones de conducta.

Los políticos no escapan, se esconden, luego se “reinventan” y se vuelven héroes. Los artistas tampoco escapan, son presos de sus obras –malas o deslumbrantes da igual, están atados- y de la apreciación de su público, de quien tampoco pueden huir, son adictos igual que los políticos, a los aplausos; viven del reconocimiento, de la osadía de sus obras.

Usted, ¿Cuántas veces ha escapado?, ¿sigue atrapado? ¿Cómo sabe que ya escapó? ¿Aún no se da cuenta que está preso? Lo más seguro es que al final de este texto, se quede con la vaga sensación de haber perdido el tiempo al estarlo leyendo, pero entonces podré asegurarle que por unos momentos, fue preso de su curiosidad y si es inteligente, cuando concluya la lectura podrá estar seguro que ya es libre.

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