La tristeza escurre de sus pupilas,
desciende del cuello a su vientre
hasta tocar el frío de sus pies.
Ella llora por un simple adiós
como muchas otras veces.
Pero ésta despedida durará para siempre.
Él abrió su gaveta,
empacó los recuerdos y las cartas,
subió a un vagón de paradas infinitas
y sólo bajó hasta que sintió
que tanta distancia era insoportable.
Las caricias fueron sepultadas.
Los espejos quedaron maculados
de polvo y rostros despavoridos.
La hondonada de un pozo sin agua.
Las sillas desoladas en el comedor.
Ahora sus cuerpos se reclaman
y nadie les otorga el amparo.
Sienten la sequía incinerar sus labios
y nadie está para saciar su sed.
Pactaron recordarse en la tibieza del crepúsculo.
Acortar la distancia,
sintiendo que el mismo cielo los une.