La soledad no existe o radica por la ausencia de compañía física, va más allá dentro de la percepción humana y de aspectos que la mente cuantifica.
Se puede estar rodeado de muchas personas y estar desconectado de todas y cada una de ellas. Muchos pueden poseer el título de amigo pero su ausencia es clara en los momentos de agonía y auxilio.
No es un estado que debiera generar tristeza y compasión, es un estado natural que debiera de inspirar dentro de nuestra finita condición.
En esos bellos momentos de ausencia es cuando más actividad tiene la voz interna, que busca desesperadamente manifestar su lugar dentro de este plano de realidad.
Su presencia no es señal de carencia, sino que es la antesala de toda genialidad y riqueza, por lo que aprovecharla de forma sabia es la forma más inteligente de vivirla para no perder la calma.
No es duradera su permanencia, pero cuando nadie es digno de nuestra simpatía, ella tarde que temprano vuelve hacernos compañía.
Su cercanía constante puede resultar tranquilizante, pero acostumbrarnos a su mano podría generar un profundo daño.
Socialmente no nacimos para estar siempre a su lado, pues nuestra mente podría jugar con la poca cordura a la que nos aferramos.
La vida es y siempre será un trayecto personal, donde los sentimientos de ausencia son compresibles en este recorrido individual.
No debiéramos temerle, ya que segura es esa compañía, que es en donde tú voz interna intenta decir lo que tanto le afligía
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