Sólo los amantes sobreviven por Gabriela Cano

Sólo los amantes sobreviven, debe ser la frase con la que podría iniciar y concluir un poema aunque también podría ser una declaración de principios o la bienvenida a una especie de orgía perpetua (Vargas Llosa) o todas esas cosas al mismo tiempo (en muchos casos lo primero termina siendo lo segundo y lo segundo lo primero). Yo casi no escribo de amor. No porque no quiera sino porque no puedo. Cuando lo explico casi siempre termino por desdibujar el que aprendido y el que no deseo. Me consuelo, creyendo, que también eso es bosquejar al que aspiro. Me gusta, sin embargo, aquél que entre los amantes implica un ritual semejante al de la supervivencia, al de la película de Jarmusch. Asumiendo lo vampírico: a compartir el vacío pero también el ansia por una melodía o letras y algún elixir malvisto. Cuando recuerdo esta película de dos criaturas de la noche encontrándose a través de los siglos pienso en ello. La carga de este mundo es el amor, decía Allen Gingsberg con mucha razón. Pero, imagino, no por el sentido del peso sino por la caída a esa clase de amor (libre y sincero) a la que nos deberíamos entregar.

 

 

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