Cuando era niña siempre oía la radio. Cuando estaba en casa porque mi Papá la encendía y cuando iba con mi Abue porque prendía su radionovela desde las cinco o las seis de la mañana o alguna hora en la que todavía estaba oscuro afuera. Esa es la razón por la que sé quién es Kalimán y de que tararee las canciones del Buki y de los Ángeles Negros. Ya más grande, le pedía a Mamá casetes (o cassetes como sea que sea escriba) para grabar las canciones de las Spice Girls porque el equipo de basquetbol en el que jugaba se llamaba así. Lo que me gustaba de la radio era que podía que cantar o bailar, con la música de fondo, así de la nada y provocarme alegría o tristeza como cuando escuchaba Stop Crying Your Heart Out, aunque sólo tenía 14 años y ni sabía inglés. Esas emociones aunque ficticias a lo mejor si tenían algo de cierto. Es posible que todo lo verdaderamente bello tenga algo de triste porque no hay luz que nos deslumbre que no traiga implícito el momento de su extinción.
Stop Crying Your Heart Out por Gabriela Cano
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