El café hierve, es tarde y las aves regresan a casa, su aleteo remueve el aire y el polvo. El olor a canela y el tintineo del azúcar cayendo en el vaso apenas es perceptible. Miro por la ventana y descubro el llano y árido paisaje, las nubes arremolinadas anuncian la lluvia y los ojos sé me empiezan a llenar de lágrimas. El lugar yace en un sopor indescriptible, quizá es ese vacío lo que todas las tardes me provoca el llanto, quizá es la lejanía de las montañas o la vastedad de la arena o que todas los días escucho mi respiración y la de nadie más. Hace meses que los vecinos han abandonado estas tierras; nada crece, el agua es turbia y el aire está tan caliente que es imposible salir. Me he olvidado de las diáfanas siluetas que veía a diario, ahora solo puedo observar a las aves carroñeras paseando en los alrededores atentas a cada uno de mis movimientos. Todas las tardes frente a la ventana cuando los ojos se me empiezan a llenar de lágrimas, me pregunto dónde estoy, me pregunto por qué el café sigue hirviendo, por qué no ha llovido desde hace meses, por qué hay un silencio absoluto, pero sobre todo, me pregunto si ese olor a azufre permanecerá conmigo durante mucho tiempo.
Tierra Caliente por Alejandra Flores
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