Me causa una ira descontrolada, ver cómo mi madre deja pasar a mi padre a su casa.
De las primeras veces, en las que yo reconocí el machismo, fue gracias a mi padre; recuerdo a mi madre diciéndonos a mi hermana y a mí: “hija, trae los zapatos de tu papá”, “hija, sírvele de comer a tu papá”. O peor aún, escuchar a mi papá obligándonos a mi hermana y a mí a darle un beso en la mejilla, después de un fuerte o vergonzoso regaño.
Rascando en mis pensamientos y emociones, (y sin sorprenderme) encontré mucho rencor en mis entrañas. El rencor a mi padre por las incomodidades que nos obligaba pasar, tanto a mi hermana como a mí y el hecho de exigirnos hacer cosas a las que estaba prohibido decir “no, no quiero”.
Después, viene el rencor a mi madre y su constante ejemplo de querer desarrollar en mi hermana y en mí, esa “virtud” de quedarnos calladas, de solapar al abusivo, y de volvernos “ciegas”.
Ahora, a mis treinta y un años, he comprendido lo infinitamente normalizado que estaba el machismo de mi padre, y más aún, el machismo que viene de mi madre.
A ustedes también les pasa, ¿verdad?.