Una historia de ciegos III por Mónica Menárguez Beneyte

Resultó que Bruno frecuentaba el café Las Flores todas las tardes, pero yo no había reparado en él. « ¿Qué van a tomar?», preguntó el camarero. «Yo nada más, tengo prisa». «Un té negro con dos galletas de naranja», dijo Bruno. «Todavía no me has dicho por qué pareces tan triste. No me digas más Niza, ¿discutiste con ese chico?». «Era mi novio, y no se trata de una discusión, en realidad me ha dejado», le dije poniendo sobre la mesa mi nueva y dura realidad. «Si te encuentras muy mal puedo dormir contigo esta noche». Llevé mi mirada del suelo a su rostro y le miré cabreada —no sabía si el sentía que le estaba observando—. Bruno tenía una mirada donde habitaban cavernas y tumbas, a veces oscura, a veces nívea como un amanecer en Siberia. « ¿Es una broma o estás loco?», le dije. «Niza, estoy sintiendo pena por ti, solo eso, he pensado que podría ayudarte, si en esta noche clave para ti, donde la desilusión, el odio y el suicidio hondearan tu cabeza como buitres hambrientos en busca de una víctima vulnerable y frágil, yo durmiera contigo». Cayó una lágrima por el lateral derecho de mi rostro —nunca había sabido por qué siempre lloraba primero por mi ojo derecho… « ¡La cuenta!», gritó. Pagó mi café y su té y depositó las monedas en la mano del camarero sin arrojar ni un céntimo al suelo. ¡¿Cómo podía ser que conociera donde estaba todo sin ver nada?! -Había algo en él que me arrastraba a querer conocerlo. Nos levantamos y salimos del café como si fuéramos juntos al mismo lugar. « ¿Desde cuándo estás así?», le pregunté. « ¿Así cómo? ¿Hastiado por el mundo?», «Bueno, yo quería decir ciego» «Eso te lo contaré más adelante Niza». Paseamos durante horas por  la ciudad con las manos agarradas —no las retiré porque pensé que él lo necesitaba para guiarse—, sin embargo, era él el que me llevaba por las distintas calles de la ciudad. Qué rápido se había disipado el dolor por Víctor y qué rápido me veía de nuevo envuelta en una nueva relación.

 

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