Se disfraza de timidez.
De alguna manera busca ocultar ese secreto que le vuelve encantador a la vista del resto de la gente, pero es inútil.
Su simpatía natural
y la caballerosidad inconsciente
inundan el aire alrededor,
y de pronto, en cada sonrisa,
adquiere un magnetismo por demás cautivante.
Lo contemplas,
y en cada uno de sus rasgos
descubres a un hombre totalmente distinto,
pero en la personalidad de cada uno prevalecen los matices del muchacho dulce y tímido con el que se convive cada día.
Conforme transcurre la conversación,
las sonrisas se entretejen delicadamente con las palabras,
la noción de tiempo y espacio se vuelve inexistente,
y la atmósfera se reinventa una y otra vez.
La calidez del ambiente se torna tangible a los sentidos
y, en un efecto de química básica,
se terminan empapando los poros de la piel.
La admiración y el cariño se vuelven invitados frecuentes,
todo en el mismo instante.
No necesita decoros externos,
su simpleza es por demás hermosa,
y eso es lo que trastorna al curioso observador que,
inmerso en contemplaciones,
cuestiona la magia guardada en un ser supuestamente mortal.
Adentrarse en su mirada,
te obliga a emerger en un entorno totalmente adverso;
pero a pesar de ello,
el deseo de explorar te consume,
y dominado por tu lado irracional,
te dejas llevar, guiado por la curiosidad,
a un lugar expectante y anormal,
consciente de que después de estar con él,
ya nada será lo mismo.