Restos de viento: vulnerabilidad y supervivencia por Liliana Magdaleno

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La puerta entreabierta, el reloj detenido, las sobras de comida sobre la mesa. Todos (o la mayoría) hemos conocido la amargura que sobreviene después de la pérdida de una persona amada, esa bestia incómoda de dientes amarrillos, que entra y se instala en la silla que antes era ocupada por la voluntad y la ternura. Es esta pérdida, precisamente, la piedra medular en torno a la que se desarrolla Restos del viento, película mexicana recién llegada a las salas de cine y que nos presenta el peculiar proceso de aceptación y duelo de una familia frente a la muerte del padre.

Jimena Montemayor dirige a una maravillosa Dolores Fonzi (a quien veremos próximamente en la adaptación en Netflix de Distancia de rescate) en el papel de Carmen, una viuda que se encuentra estancada en el recuerdo de un esposo muerto, a quien aparentemente espera y hace parte de su vía día con día, inmensa en una derrota que la consume a todas luces. 

 

La narrativa alterna (y quizá la más interesante) está a cargo de los personajes infantiles, Daniel y Ana, hijos de Carmen. Aunque ambos enfrentan la pérdida desde perspectivas que tienen matices estrictamente definidos, son ellos quienes finalmente encabezan el ritual del camino a la muerte, tomando al padre de la mano y conduciéndolo a la tumba. En Restos del viento, los niños poseen una supervivencia que parte desde la creación de un universo infantil, donde son capaces tanto de establecer juegos con un ser- guía imaginario, como de depositar sus acciones en hechos tan concretos como contestar el teléfono en una casa que dejó de ser habitada desde la partida de su padre.

No solo te duele a ti

Hay que señalar la crudeza con que los personajes infantiles se expresan y actúan frente a una situación límite y que embona magistralmente a la narrativa visual de la vulnerabilidad tanto en la casa como en los gestos de la madre. Por supuesto, la cinta también nos regala espacios de descanso, donde por momentos la pérdida es menguada por una suerte de purificación relacionada con el agua: los niños bailando bajo la lluvia y la familia rota nadando en la piscina. No obstante, el regreso al dolor y la nostalgia es inminente. Por otro lado, las risas del niño con el hombre que bufa, y que en un primer momento aparece como un invitado indeseado y hasta terrorífico, le dan a la atmósfera de la cinta esa nota de fantasía que no puede estar ausente en una película donde los niños se llevan parte del protagonismo. Hay espacios infantiles donde a los adultos solo nos queda tocar la puerta.

Restos del viento es una película interesante, y me parece que gran parte de su valor estriba en la reivindicación de la fortaleza infantil frente a situaciones de la cuales generalmente se les intenta marginar por pertenecer al ámbito adulto. Se vale echar mano del mundo imaginario para sobrellevar lo que la realidad presenta de tajo, y aunque no son pocas las películas que han explorado el vínculo madre-hijos y la experiencia infantil con la construcción de un microcosmos (pensemos en The Babadook o Donde viven los monstruos), la cinta de Jimena Montemayor aporta un contexto, una experiencia sonora y unas actuaciones a juego tan notables, que merecen ser vistas en una sala de cine.

 

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