VII. Riot por Luz Atenas Méndez Mendoza

No había hablado con Samantha desde la última sesión, además de que ahora había estado practicando con los músicos de la Sinfónica. Se tardaba en las mañanas, a propósito, para no ver la cara de Samantha; no podía dejar pasar el hecho de que ella casi ya no dormía ahí, y que la renta de este mes se estaba acercando, para lo cual no sabía si contaba con Sam. Decidió llamar a la secretaria de Elia, temprano, pero sin éxito. “Son cosas que pasan, pero si tienen algún imprevisto siempre puedes elegir a otra chica con la cual compartir el bungaló… Hay dos o tres chicas que aún no han comentado nada sobre si desean rentar o no, pero te haré saber si lo necesitas”, eso tranquilizaba un poco a Ashley, quien ahora estaba acomodando su violín en el estuche con mucho cuidado.

 

En cierta manera, le agradaba tener eso como excusa cuasi perfecta: “debo ensayar”, y en cuanto la música fluía por sus yemas y las cuerdas, todo el mundo quedaba atrás. Se retraía, con gusto, alejándose del mundo real; después de algunas piezas, quedaba un rato en silencio, como si le costara volver a la vida diaria. Estaría segura ahí, de no ser por sus otras obligaciones.

 

Samantha tocó a la puerta, insistentemente. Parecía que hubiera pasado algo malo, así que Ashley se apresuró para abrir la puerta y se encontró con el rostro de Samantha, manchado por el maquillaje corrido, las lágrimas le desbordaban por las mejillas; Sam sólo atinó a echar sus brazos por encima de los hombros de Ashley, hundiendo su cabeza en su pecho, negando con la cabeza.

 

Más tarde, cuando se tranquilizó, habló del tema: su madre acababa de fallecer, así que tenía que regresar a California para apoyar a su familia, al menos durante un mes. Les quedaba poco del presente, pero tenía que partir esa misma tarde.

 

­—Todo mejorará. No te preocupes, ya encontraré una manera de que regreses sin preocuparte, pero ahora es necesario que te concentres en ello…— Ashley no encontraba qué más decirle a Samantha —Ahora lo que importa es tu familia— dijo aquello, suspirando finalmente.

 

Cuando Samantha se fue, Ashley se apresuró a llamar a la oficina de Elia; su secretaria ya no estaba y era un poco tarde, así que decidió dejarlo para la mañana siguiente. Por lo pronto, no había podido comprometer a Samantha para que pagara un mes que no estaría, así que necesitaba encontrar una compañera de piso al día siguiente, o pagar el mes ella sola; podía hacerlo, pero no quería estar sola. Decidió despejar su mente tocando música, al menos hasta sentirse hambrienta o cansada.

 

Cuando por fin se detuvo, el móvil sonó de manera que indicaba mensajes o llamadas perdidas. El tono de “Faded” ya no era suficiente, porque al mirar la pantalla pequeña descubrió que tenía unas 7 llamadas perdidas y dos mensajes… De un número inesperado.

 

“Mañana, 11 a.m., Sambalatte”.

 

“Te extraño”.

 

Respiró profundamente. Creía que estaba lista, pero no. Recodaba una foto que había subido a su cuenta de Instagram, en blanco y negro, del hombre que pensó era el de sus sueños.

 

—Eric.

 

No había borrado el número del móvil ni la foto de internet, porque no se arrepentía de lo sucedido, pero esas dos últimas palabras le habían movido el mundo de manera bastante abrupta. Vinieron a su memoria todos los días y todas las noches que había pasado con él; recordó la fiesta donde se habían enmascarado para pasar por carne a la venta en una subasta para millonarios y cómo él había arreglado la manera de sólo mostrar sus cuerpos sin que nadie los tocara, porque el sencillo hecho de presumir la belleza de Ashley le excitaba. De igual manera, la locura de arriesgarse a renunciar a una agencia que la subastaría así al mejor postor, sin siquiera decirle, para escapar con él y que al final ni siquiera la tocara, porque era precavido y necesitaba primero hacerle estudios médicos. Porque él no se metía con cualquiera, y porque ella había pensado que no era cualquiera.

 

Más, luego de Reno y de conocer a la familia de Eric, se sentía como una cualquiera.

 

Se recostó boca abajo en su cama, sosteniendo el móvil en mano, sin haber guardado su violín. No pensaba, ciertamente, en nada más que en revivir aquello, a sabiendas del daño que le ocasionaba pensar en ello. Habían pasado algunos años… Dos, concretamente, y ahora sus planes habían sido alejarse de la clínica, alejarse de las fiestas donde podría verlo, alejarse de todo lo que tuviera relación con él, pero veía que no tendría éxito porque aún en una ciudad tan grande como Las Vegas era posible encontrarlo en la vuelta de cada esquina.

 

Para ella habría sido mejor nunca, pero siempre había pensado que lo mejor sería por propia decisión antes de encontrarlo inesperadamente.

 

Se levantó de la cama y acomodó lo necesario para el día siguiente: un vestido ceñido a la cintura, sencillo, de tela blanca, fue lo que primero tomó del armario. Acercó calzado y bolsa de mano acorde al estilo y el móvil lo dejó en la mesa de noche, cosa que siempre hacía, pero ahora había programado una alarma para considerar el tiempo que tardaría en la mañana para arreglarse y salir hacia aquél rumbo.

 

¿Qué pensaba? Aparte de los recuerdos, nada. Era como si mecánicamente algo se hubiera apoderado de ella y la hiciera moverse sólo en lo necesario, calculando incluso lo del día siguiente. El lugar elegido era sencillo, también, y por eso su gusto para asistir algunas veces; ignoraba por qué un prestigioso médico, quien le había dicho que sólo asistía a ciertos lugares porque ella lo arrastraba, por pasar tiempo por ella, porque “la amaba”, ahora la citaba ahí. No le molestaba, pero tampoco había pensado más en el asunto. Su corazón latía rápidamente, más no como al día siguiente.

 

Luego de un baño matutino, el tiempo básico de secado del cabello y todo el ritual de vestido, salió del bungaló con único destino en el Sambalatte.

 

Al abrir la puerta se encontró con el lugar tranquilo, sin muchos clientes. En una mesa, al rincón, estaba un joven rubio con aires de chico rebelde, mirando una taza de café que le acababan de llevar a la mesa; casi en la entrada se encontraba una pareja conversando y en la caja estaban tres ancianos pagando. Decidió subir las escaleras para tomar una mesa en el piso de arriba, donde había estado la úlltima vez, con él; arriba, para su suerte, estaba todo desocupado.

 

Esperó unos cinco minutos, mirando el reloj que se mostraba en la pantalla del móvil: eran las 11 en punto. En la escalera se escuchaban pasos, mas no de una sola persona, cosa que no la alertó como debido. Respiró profundamente.

 

—¡Aquí estás!— dijo Eric, caminando hacia donde estaba ella, acompañado del joven rubio que había visto abajo, quien sostenía su taza de café sin más interés que el de tomar asiento; Eric se apresuró a saludarle como si nada hubiera pasado, depositando un beso cálido en su mejilla y sentándose frente a ella —Quiero que conozcas a alguien— dijo Eric, mirando al joven rubio y regresando su mirada hacia ella —. Él es Landon, un chico que ha estado en tratamiento en la clínica.

 

Ashley extendió su mano hacia el joven, quien ya había puesto la taza en la mesa, sin mostrar bastante interés. Eric y Landon se acomodaron a la mesa mientras quedaban los tres en silencio, por no mucho tiempo. Landon tampoco se veía entusiasmado, además de que sólo estaba ahí por indicaciones de Eric, ansiando terminar pronto la abrupta reunión de ese momento.

 

—¿Cómo te ha ido?— preguntó Ashley —Me ha sorprendido que te comunicaras conmigo.

—Querida, siempre he sabido dónde encontrarte— Eric se acomodó las mangas de la camisa mientras hablaba, sin dejar de mirarla —, pero ahora me trae algo más a ti, es seguro.

 

Landon permanecía callado, bebiendo un poco de su café a ratos. No sonreía.

 

—Ya te recuerdo…— comentó Landon, haciéndose un lugar en la charla —Eres músico. Una amiga mía quería ir a verte con la Sinfónica, pero no pudo asistir. Tiene otros compromisos… Pero me dijo y ahí es donde vi tu foto.

—¿Concierto?— preguntó Ashley, sonriendo —¡Ah, claro!, sí, fue algo sorpresivo, pero si le gusta la música seguro podemos hacer algo para que asista, con gusto te puedo ayudar en eso…

—No es a lo que los he citado— dijo Eric, poniendo ambas manos sobre la mesa, interrumpiendo —Esto va más allá, querida coneja. Yo he venido a ayudarlos a los dos, es así de sencillo y quiero que lo recuerden.

—¿Ayudarme en qué, hombre?— espetó Landon, mirándolo con desprecio —Lo único por lo que estoy aquí es porque me has dicho que tenías mis resultados.

—Cierto, cierto. Y los tengo. No quiero que se vuelva una deuda— sacó del bolsillo de su saco dos sobres, dando a cada quien uno —… Cariño, ábrelo— miró especialmente a Ashley, guiñando un ojo. Ella tomó el sobre y lo abrió, observando lo que ahí estaba impreso, al tiempo que Landon hacía lo mismo.

—¿Esto qué? No me dice nada, sólo encuentro lo de “compatible” interesante. Lo otro es tu jerga médica, ¡explícate!— Landon alzó la voz, mirando a Eric.

 

Ashley abrió los ojos con sorpresa, lanzando una mirada hacia Eric y luego a Landon; la cabeza comenzaba a pesarle.

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