Ahora. Justamente, en lo que va del tiempo. Pero luego leí el infiernito que se remueve detrás de la calma del curso cotidiano porque la depresión o la tristeza, interiormente, lo detienen y pienso en lo tonto que es asumir que ciertos libros no tienen que decirnos. Especialmente cuando los años parecen tan corroídos, pero son tan afilados como esa frase <cuando acabe todo esto> que uno dice en voz alta no tanto en forma de autoengaño sino en sentencia. Aunque no sepas ni que es <esto> y mucho menos <todo>.
Y por eso quizá poemas integrales resulta una mirilla intensa. No por qué intenta construir un decir muy definitivo. Por el contrario, deriva en un conjunto de coordenadas que sitúan una ciudad, alguna familia, unos nombres que no debieran olvidarse, aunque no sean familiares pero que se parecen a las guaridas del lugar en el que crecí. En su mayoría cada poema es una anécdota para decir otras cosas. Entre las que se encuentran el desaliño, lo político, lo desmundo, como el enorme deseo de una clave para nombrar las figuras por demás deshechas de la historia en la que se crece.
Y en eso entiendo que Kenacort y Valium 10 de Jorge Pimentel ejempla un modo de hacer discurso sin los cuadrados límites de la representación, extensión, temas e imágenes: puesto que hemos nacido en la orfandad más absoluta / tenemos derecho a manifestarnos como queramos. Dice un poco alguno de los textos y ahí cae de peso que como sujetos del siglo XXI tengamos esa realidad tan atravesada y lejana de lugares seguros si no es que precisamente no existe nada que lo sea más que los nombres y las historias de nuestras amistades, parientes y las incertezas.