Yo que estoy muerto desde hace mil años
y escribí esta dulce arcaica canción,
te envío mis palabras como mensajeros
por el camino que yo no habré de andar.
No me importa si tienes puentes sobre los mares
o montas seguro los crueles cielos
o construyes consumados palacios
de metal o mampostería.
Pero, ¿tienes aún vino y música
y estatuas y amores de ojos brillantes
y tontos pensamientos del bien y el mal
y oraciones a aquellos que presiden en lo alto?
¿Cómo venceremos? Como un viento
que cae por la tarde soplan nuestras fantasías;
y el viejo Meónidas el ciego
ya lo dijo hace tres mil años.
Oh, amigo nunca visto, no nacido, ignoto,
estudiante de nuestra dulce lengua inglesa,
lee mis palabras de noche, solo:
yo era un poeta, era joven.
Y puesto que nunca podré ver tu rostro
y nunca blandiré tu mano,
te envío mi alma a través el tiempo y del espacio
para saludarte. Tú entenderás.