Llegó el día. Fui en la tarde a comprar justo dos entradas para el cine. Desde hace tiempo estaba emocionada por ver la dichosa película.
No toqué la puerta, sólo entré y estaba entretenido ordenando sus cosas.
Entre un pleito leve y un montón de preguntas, lo convencí, accedió a acompañarme al cine. Se bañó, se vistió, se puso del perfume que huele rico, tomó las llaves del carro y nos fuimos.
Llegamos a la plaza comercial donde se encuentra cinemex, estacionó cuidadosamente la camioneta, me pidió que bajara, él tomó sus cosas y tardó unos segundos en seguirme. Resultó que la puerta de la camioneta se había atascado con un fierro y no podía cerrarla. Demoró unos minutos y para que mi emoción por la película no se esfumara, me pidió que lo esperara en la sala correspondiente. Le di su boleto y continúe sola hacia el cine. Sí, sola (agregar aquí carita triste). Pero en el trayecto sólo pensaba “por Dios que arregle rápido esa puerta”. Y por mi mente había pasado ver la película sola, me sentiría rara.
Llegué a la sala minutos después de lo indicado en el boleto, para mi suerte los comerciales duraron mucho y justo a tiempo para que él llegara y viera la película desde el comienzo. De manera tierna me abrazó y medio nos acostamos en los asientos. Quedé en su pecho y sentía su respiración. Estaba tan cómoda que no me importó alegar a las personas de atrás, todas las veces que sentí golpeaban nuestros asientos. Sé que eso es muy molesto pero por esta ocasión, lo dejé pasar. Nadie ni nada iba a arruinar mi momento cursi con él.
La trama resultó bastante entretenida. Él estuvo riéndose y manoseándome la hora y media que duró la película. De repente susurrábamos con lo que nos identificábamos de cada escena. Fue agradable y placentero.
Al salir de la sala la noche se sentía muy bien. Bastante bien y muy cálida para seguir juntos por más tiempo.
Le tome del rostro y le di dos besos seguidos, a lo que él sonrió tiernamente.
Decidimos cenar algo dulce. Cumplió mi antojo y me llevó a “El rey de las crepas”, llegamos y estaban casi por cerrar. No alegué porque nada iba a arruinar mi cita, así que propuse otro sitio. Fuimos a una cafetería con un toque fresa que está en el centro. Llegamos y nos topamos con el letrero enorme “no hay servicio de cocina”. Nos miramos por unos segundos y decidimos sólo pedir café.
- Dos capuchinos, por favor.
También pidió una rebanada de pastel y tres tartas pequeñas. Esperamos, nos sirvieron y nos fuimos a su casa. En la tranquilidad de su habitación, bebimos café y comimos pastel. Los ruidos de nuestros tragos eran cómplices de lo próximo que iba a desatarse: comenzando con besos lentos, caricias largas y miradas candentes, el placer se apoderó de los dos, la noche fue nuestra.