Lo usual al llegar al Teatro Juárez para un espectáculo es encontrar una larga fila que comienza a reducirse una vez que las majestuosas puertas se abren. Por ello, resulta raro que falten quince, diez, cinco minutos para el evento y aún no se permita el acceso cuando el Festival Internacional Cervantino se caracteriza por tener una logística rigurosa en cuanto a tiempos.
Dan las nueve de la noche y apenas se permite la entrada. “¿En qué llamada van?”, le pregunto al personal anfitrión para averiguar si me queda tiempo para ir al baño. “En esta ocasión no hay llamadas”, responde. Extrañada, me dirijo a mi asiento y continúo distraída pensando en la respuesta. Llego a la luneta y descubro algo extravagante que me atrapa en un segundo: el telón abierto permite ver a varios artistas de pie en el escenario, cuya escenografía se reduce pasto falso en el proscenio, unas gradas blancas laterales y unos percheros colocados al fondo de los que cuelgan varios trajes grises. Pero eso no es lo que me cautiva, sino las cuatro figuras de pie con la mirada estática, como maniquíes. Permanecen inmóviles mientras el resto de la audiencia ingresa; su presencia inexplicable despierta en muchos una curiosidad infantil, pues nos han cambiado las reglas habituales de una función y eso desencadena que no sepamos hacia a dónde volcar nuestras expectativas.
Las y los bailarines, todos por igual, ostentan un traje femenino de oficinista y calzan zapatos de tacón. Las faldas, de una tela muy extraña, vistosa y elástica, cambian de color en función de las luces. Comienza un ruido metálico que activa el movimiento y quienes se encontraban entre los asientos del público regresan al escenario uniéndose a la coreografía, a primera vista extraña, que ejecuta el resto del grupo. Las buenas maneras es el nombre de esta propuesta traída desde Sonora por la compañía Antares Danza Contemporánea, la cual es reconocida por sus puestas en escena donde buscan despertar la reflexión acerca de algunas problemáticas actuales.
El caos a causa de los ruidos metálicos se interrumpe cuando éstos se transforman abruptamente en una melodía de Franz Liszt, compositor astrohúngaro del siglo XIX a quien le gustaba experimentar con los compases atonales. Algunas obras para piano de Liszt son usadas a lo largo de toda la función, aquellas con sonidos más graves y contundentes cuyo ritmo escapa de la música tonal. El baile es también atonal desenvolviéndose fluctuaciones forzadas, incluso antinaturales, pues hay muchas contorsiones exageradas que de alguna manera transmiten cansancio. De pronto, uno de los danzantes colapsa, pero los demás le ayudan a restablecerse. Estos actos de caída se repiten constantemente, dejando entrever algo que busca representarse: el trabajo de oficina en el siglo XXI es cansado y trae consigo una atmósfera derrotista de la que sólo otros colegas, con quienes se comparte, pueden rescatar. Por otro lado, algunos de los movimientos emulan un batir de alas que, quizá, transmiten deseos de libertad; otros tantos son obscenos, manifestando esa misma inquietud, pero también la necesidad del autoconocimiento: ¿cómo es que influye la vida contemporánea en la relación que guardamos con nuestro cuerpo?
A ratos, los sonidos metálicos vuelven para interrumpir la pista de piano y los movimientos tranquilos de las y los bailarines, sembrando de nuevo un caos denotado por la alteración con que ejecutan sus oscilaciones, también se vuelven tensas y grotescas mediante las flexibles torsiones. Aunque todo parezca desorden o confusión, es en esas escenas donde lo visible en el escenario alcanza una alta semejanza con lo pictórico, pues en el balance generado en medio de aquella aparente vorágine, se construyen cuadros visuales llamativos, fuertes y poderosos; aun cuando la coreografía resulta caótica, posee un aura de delicadeza.
Alguien a la mitad de la escena se va al fondo para cambiarse la falda vistosa por un gris pantalón, abandona sus zapatillas por unos zapatos negros y aburridos. Los cambios en la música del piano a lo metálico suceden en lapsos más cortos. Una mujer vestida en pantalones inicia entonces una especie de danza de contagio logrando que varios muden su vestuario; los bailarines restantes, los que se resisten, son víctimas de una persecución. En el escenario suceden simultáneamente varias cosas: unos bailan, otros se contorsionan y ocurren peleas dancísticas hasta que un bando gana, el de los pantalones, imponiendo la prenda para todos. A partir de ahí, los movimientos se tornan más bruscos y masculinos, evidenciando su influencia genérica.
Luego, otra bailarina comienza a desvestirse con gestos de lujuria y ocurre el mismo contagio: los rostros lujuriosos se multiplican y se despojan de la ropa; en su mayoría, los individuos se quedan en ropa interior. De nuevo ha cambiando el compás sonoro y visual. Muchos bailan en parejas, muchos corren a lo largo del escenario apretando buscar un escape y, en medio de todo, una mujer y un hombre, ambos con ropa interior femenina, salen del cuadro para pisar el pasto. Parece liberador en un inicio, pero se observa cómo ambos son víctimas de espasmos pronunciados y sus cuerpos se arquean de manera similar a los artistas circenses. El avance y la libertad de movimiento cuesta el doble e implica un martirio. De pronto, ambos se ponen de espaldas; de forma súbita el hombre se reintegra con el resto y la música termina, atorando a la mujer en una torsión casi imposible y dejándola congelada. Las luces se apagan, la función ha terminado.
El mensaje es muy claro en apariencia, se nos está contando algo, pero resulta complejo al construirse a partir de simbolismos. A grandes rasgos, la obra trata de representar cómo la sociedad actual está atrapada por el orden de una vida de oficina y la rutina capitalista siendo víctima de la velocidad y presa de diversas ideologías que buscan distraerla, más que liberarla, ideas que pretenden hacerla sentir incómoda con sus cuerpos y la forma de experimentarlos, antes que hacerla sentir plena y curiosa, estando presente la pesadez de los estereotipos de género. Ante los padecimientos de la contemporaneidad, no hay escape visible.
Las buenas maneras
Antares Danza Contemporánea
Miguel Mancillas, director
24 de octubre de 2023
Teatro Juárez
Fotografías: Carlos Alvar (cortesía FIC)