Es sábado al medio día, hace frío, pero también está soleado. En la agenda hay muchas cosas interesantes por descubrir, pero tal vez no sean suficientes las fuerzas ni las ganas… Medio día y primera función de Brasil en el 52 Festival Internacional Cervantino. Esa razón puede bastar para iniciar y resistir la jornada.
En el teatro hay una fila considerable esperando el acceso. La entrada es general, seguramente la gente desea el mejor lugar para apreciar el espectáculo. Es un número suficiente de personas, no demasiadas ni eufóricas; aún es muy temprano en un fin de semana y la función se repetirá más tarde. Están las que deben estar, creo. Pronto descubriré que estoy aquí porque lo necesitaba.
La guitarra toca una melodía suave, un tanto alegre, pero tranquila, acogedora. Una mujer joven entra desplazándose en un mar (tela blanca sobre la duela) y surca los obstáculos (cuerdas tensadas de arriba a abajo). Algunos graciosos sonidos salen de su boca cuando se queda dormida, recuerdan a un perro y también habla disparates hasta que su propia voz la despierta.
“Sé que si me rindo te irás y entonces me iré de mí misma” le dice al Sol y, aunque esta parece ser una obra dirigida a niños y niñas —ahora descubro que hay muchos pues ríen fuerte— esa sentencia activa en mí una emoción más adulta. “Si no encuentra qué iluminar, se irá”, cuenta Arian al público designándose con orgullo la vigilante del astro. “Cuanto más lejos se va, más lejos voy yo para que no cruce el horizonte”.
El bossa-nova acompaña sus pasos sobre el agua con una escenografía que, conforme transcurren los minutos, revela ser un poema visual. Las cuerdas y la luz en una gama del verde al azul dan vida a las olas y estas atestiguan aventuras de supervivencia, como la pesca a manera de embestida y la sed por falta de agua potable que tres nubes, Cibele, Brígida y Caralampia, contrarrestan con lluvia, aunque esta se convierte en una fatídica tormenta.
“Querer acabar con el sufrimiento solo lo empeora, ¿no creen? Una solución genial te devuelve un problema terrible”, comenta la protagonista mientras lucha con la marea y reflexiona sobre nuestra humanidad. Su monólogo, en el que intervienen varias voces de un yo desdoblado, posee una simpatía franca y sencilla que encanta a la audiencia.
En varios momentos, Arian canta y su voz tiene un terso acento brasileño que transmite profunda paz. Aunque habla en español, el canto es en su lengua materna, a veces alegre, otras melancólico, y se siente como un remanso.
Las cuerdas encrespan un mar urbano donde las olas se configuran como edificios y “no hay una pizca de cielo para ver el Sol; ¿por qué la tontería humana se ha apoderado del corazón?”, comenta y aquella sentencia de gente adulta retoma su cauce con catártico sentido.
“¿Te quieres ir? ¡Vete y nunca vuelvas, tonto iluminado!”, exclama fatigada y el Sol le reprocha antes de partir: “Has estado distraída hace mucho tiempo, has dormido dos veces, los vigilantes no duermen, sabía que no eras capaz”.
En la penumbra, ella le ruega que no la deje sola, “se me hace un nudo en la garganta y mi corazón retumba… qué miedo sentir más miedo… solo quería un poquito de esperanza”.
Poco a poco se habitúa a la ausencia, descubre a la Luna, anhela. “Me encantaría tumbarme en tu sonrisa, tenderme y olvidarme de todo lo que creo que soy. Tú, Luna, no eres más que el reflejo del Sol. Dime, ¿a dónde fue, dónde se escondió?”.
“No estoy bien… ¡Que alguien me ayude! Respira… ¡Cálmate! Estoy tan distraída… Necesito trabajar, ¡cómo es bueno trabajar!”, dice dispuesta a activarse, pero se reaviva la tormenta y la traga un dragón-ballena. “¿Quién es Arian tragada por este gran agujero sin luz, este hueco de soledad?”.
En una sombra detrás de las telas, vemos el rostro de Arian. De repente, llega a ella una idea brillante: bailar para salir, bailar sobre la lengua de la bestia.
Bajo las estrellas, la joven ha descubierto que estar al borde de la locura no es malo, su locura es libertad. La enorme estrella es un alter ego de ella misma, de un ideal que imposiblemente persigue mientras vigila. “Mi yo acepta tu partida. Es hora de hacer lo que quiero, lo que necesito”.
Entre las cuerdas, hay una escalera suspendida que se transforma en columpio. Ahí y en el silencio, Arian valora esa soledad como algo precioso y muy querido. Canta de nuevo y conversa con las estrellas. “Por la noche ustedes se separan, luego se juntan en el día. Ustedes son el Sol, claro. Lo que existe es lo que ocurre, así es. La mente humana tiene una explicación para todo”, dice convencida planteando su mitológica teoría.
Finalmente, saluda a sus compañeras nubes y resume victoriosa su travesía: “como ustedes, me deshice, me convertí en agua, me evaporé y estoy aquí de nuevo”, pero ellas le cuentan que ya no quieren brotar los ríos y la heroína decide convertirse ahora en vigilante de ríos.
Naira Carneiro (compañía Os Buriti), dramaturga y directora originaria de Brasilia, es la autora de Al borde del sol, dirigida por ella junto a Duda Rios (compañía Barca dos Corações Partidos). Esta versión de la puesta constituye la primera vez que actúa en español, aun cuando su compañía ha realizado desde 1995 diversos espectáculos y proyectos en giras internacionales. Además, estuvo nominada a mejor actriz por esta obra y con justo mérito.
En algún momento, la protagonista dijo que si algo podía ser creído, era real. Por eso creo que el consuelo contenido en las canciones, sin importar cuáles hayan sido los significados literales de las palabras, llegó como una curita a mi corazón gracias a la sonoridad de las dos lenguas hermanas.
Este día hay sol debido a tu valentía, Arian. Pensaré en ti cuando se vaya.
Al borde del sol
Compañía Os Buriti
12 de octubre de 2024
Teatro Cervantes